martes, 15 de febrero de 2011

EL PLAGIO


¿Cómo reaccionaría si de buenas a primeras descubre que un artículo, un poema o un guion suyo aparece bajo la firma de otra persona? Con cólera posiblemente. Más o menos así le pasó a un amigo que percibió cómo le tomaron “prestado” parte de un texto de Internet.

Eso de “copiar” y “pegar” se ha generalizado bastante en la era de las computadoras. Esta noche se difunde la noticia de que el Congreso de los Diputados de España ratificó una polémica ley que consentirá, por orden judicial, el cierre de páginas de descarga de contenidos en Internet sujetos a derecho de autor.

Pero el plagio no es cosa esporádica ni rara. Así que -como en tiempos de Chan Li Po- le sugerí paciencia a mi camarada. En el lejano siglo I el poeta Marcial se quejaba de que sus epigramas fueron adaptados por otro.

Teniendo en cuenta los propósitos culturales de este blog, cito algunos ejemplos de plagios famosos en el campo de la literatura: Se dice que Alejandro Dumas contaba con una treintena de ‘colaboradores’, quienes le ayudaban a escribir sus obras y que, Stendhal, considerado uno de los literatos más importantes del Realismo, fue acusado de plagiar en sus comienzos.

En los tiempos actuales es fácil encontrar evidencias de los más diversos plagios. Los temas musicales, por ejemplo, desencadenan tortuosos procesos judiciales con los que los demandantes suelen suelen salir beneficiados, pues logran despertar un interés que la industria cultural no le había prodigado hasta entonces.

Tal vez el zar Iván el Terrible haya sido un abanderado de la lucha contra el plagio, o mejor del autoplagio -otro fenómeno interesante- cuando tomó al decisión de linchar a los artífices de la catedral de San Basilio. Los infelices artistas quedaron imposibilitados de una obra igual.

En Cuba existen diversos mecanismos para enfrentar el robo de la creación artística. Es muy importante la Agencia Cubana de Derecho de Autor, que representa a compositores de todo el país. Pero no todo está legislado con suficiente claridad y en ocasiones los artistas –incluyendo los de la radio y la televisión- quedan un tanto desamparados.

Es cierto que usted puede registrar ante notario hasta un guion, pero constituye un acto bastante engorroso, teniendo en cuenta lo vertiginosa y numerosa que suele ser la producción de libretos.

Hay que admitir que existe una escasa cultura sobre la propiedad intelectual y que, en ocasiones, ni los propios autores sabemos cómo defender nuestro derecho.

No deja de ser interesante analizar las motivaciones del robo de creaciones artísticas. Para evitar una acusación de plagio, me adelanto a expresar que tomé del sitio web de la universidad Sergio Arboleda, de Colombia, la siguiente opinión firmada por la profesora Jannet Girón:

“Cabe preguntarse si vale la pena limitar nuestras capacidades y tomar ideas de otros para hacerlas pasar por nuestras. Es importante reflexionar en torno a la idea de la escritura. Hay que dejar fluir las ideas”

Claro, siempre existirán los incapaces de pensar, o sencillamente, los ladronzuelos dispuestos a tomar lo que es de otro para evitar romperse el coco.

El talento nadie lo puede hurtar. Eso es una verdad tan grande como una casa, pero si resultara poco para calmar a mi amigo, le remitiría a Marcial, quien dijo algo mejor sobre el plagio:

“(...) El que desea adquirir la gloria recitando versos de otro, debe comprar, no el libro, sino el silencio del autor”.

viernes, 11 de febrero de 2011

¡SI NADIR ESTUVIERA POR AQUÍ!


La llamada de Sol García esta mañana me dejó silente por unos minutos: Radio Sagua acaba de sufrir otra inesperada pérdida: la del grabador y editor Nadir Hernández Núñez.

Solo pude apelar al único consuelo de que podemos disponer los artistas: la propia expresión creadora. No sin dificultad traté de hilvanar estas palabras. Es que la muerte de un ser humano nos disminuye. Nos desarma. Máxime en esta caso. Nadir era un hombre bueno. No es la primera vez que lo digo. Varios amigos pueden dar fe de ello.

Nadir no era exactamente mi mejor amigo, pero no porque le faltaran valores. Yo lo apreciaba, igual que todos en la emisora. ¡Cómo no íbamos a apreciar a alguien que se mantuvo ajeno a los bretecillos tan comunes entre artistas! Ni siquiera cuando, alguna que otra vez, sufrió la ingratitud de un extremista, lo vi molesto. A lo que yo hubiera respondido colérico, él lo hizo paciente, sin rencores.

Ganó gratitud y afecto en todos los centros de trabajo por donde pasó. Me consta que todavía en el Banco Popular de Ahorro echan de menos los conocimientos de computación que poseía sin universidad alguna por medio.

Llevaba pocos años con nosotros, pero ya se había hecho de un espacio entre los periodistas, a cuyos reclamos en el estudio de ediciones o en la cabina central acudía siempre solícito. Las computadoras de nuestra emisora y las personales de muchos de los que trabajamos aquí, le deben su vitalidad. Recuerdo cómo, hace unas semanas nada más, por poco tengo que renunciar a mis vacaciones fuera de la provincia porque mi máquina colapsó, y Nadir sorteó sus propios festejos de fin de año y los laborales, para poner las cosas en orden y ayudarme a “rescatar” del disco duro, una grabación que debía salir al aire el dos de enero.

Por estos días –en que Nadir disfrutaba de unas merecidas vacaciones en la capital- le oí decir a una compañera agobiada por un problema informático que se le hacía insoluble: ¡Si Nadir estuviera por aquí!

De veras vamos echarlo de menos por el respeto y la tolerancia que le caracterizaron, por su buen carácter, por su inteligencia. Hace poco había vencido satisfactoriamente su primera evaluación artística y cursaba el primer año de Comunicación Audiovisual en el Instituto Superior de Arte. Por fin se materializaba la consecución de un sueño varias veces pospuesto por motivos ajenos a su voluntad: estudiar en la Universidad.

Yo NO tuve la oportunidad de trabajar día a día con Nadir. No formaba parte de los colectivos de mis programas, pero sí tengo muy buenos recuerdos de su colaboración en el radiodocumental “Vivir y sufrir con la radio”, que tantas satisfacciones me dio últimamente. Aquí, en la emisora pocos –como él- eran capaces de sacar tanto provecho a la tecnología digital. Eso, unido a su buen gusto y capacidad para aprehender el conocimiento, le garantizaba un excelente futuro como artista.

¡Qué más se puede decir en un momento como este! ¡Como poner el punto final a este obituario! Pudiera ser con un “gracias”, o con un “hasta luego”. Ojalá aparezcan en la emisora otros compañeros que, como él, hagan menos azaroso nuestro eterno “vivir y sufrir por la radio”. Ojalá nosotros mismo seamos capaces de incorporar las lecciones de aplomo y optimismo que él nos enseñó. Ojalá fructifique nuestro afán por crecer en lo humano y en lo profesional. Pero estoy seguro de que, aún así, alguna que otra vez se escapará de los labios la frase: ¡Si Nadir estuviera por aquí!