En vez de preocuparse por la inserción de
malas palabras en los dramatizados televisivos nuestro parlamento debía dar luz
verde a las tantas veces llevadas y traídas reformas al código de familia.
Pensé en enunciar públicamente esto tras conocer la cobertura que dio el
periódico Juventud Rebelde a las sesiones de la Asamblea Nacional
del Poder Popular. Pero un amigo me dijo que una cosa no tiene que ver con la
otra. Entonces dejo para después el asunto del “Código”.A pesar de que la subsistencia de la
nación depende –en gran medida- de la solución que demos a serios problemas
económicos, nos quedan tiempo y lugar para debatir sobre televisión. No sobre
los medios –el cine, la radio, la prensa escrita, la Internet, etcétera-, sino
especialmente sobre televisión.
No me opongo a que la pantalla chica
goce de tal “privilegio”. Lo que no concibo es que el debate se limite a
aspectos tan superfluos como “la mala palabra innecesaria y la imagen estética
de algunos personajes”. Es posible que el limitado espacio que Juventud Rebelde
le dedicó al tema no me permita tener una idea más clara de la preocupación de
nuestros diputados. Pero la información me llega con tufo a viejo.
Remito a los lectores al libro
“Polémicas intelectuales de los sesenta”, donde la doctora Graziela Pogolotti
compila una serie de textos originados a partir del debate de asuntos entonces
de “crucial importancia”, como la pertinencia de exhibir en salas de cine el
filme “El ángel exterminador”.
Más adelante Juventud Rebelde alude al
“crudo tratamiento del sexo” en los videoclips. Es posible que pueda percibirse
tal cosa, incluso en los clips que promociona la televisión nacional. Pero dar
a entender que el medio conserva la primacía en la formación del gusto popular
constituye un disparate.
Nuestros disputados parecen desconocer
que también en Cuba los públicos están expuestos a la influencia medios
“alternativos”, tal como dio a conocer el propio periódico en una serie de
reportajes publicados semanas atrás. Me refiero, fundamentalmente, a los
materiales de video alquilados. Tranquilos pudiéramos estar si los jóvenes de
hoy solo se conformaran con la tonta serie juvenil que pasa Cubavisión en
horario estelar.
Más productivo sería que la Asamblea Nacional
velara porque los escasos recursos materiales destinados a la televisión se
emplearan en realizar productos de mejores presupuestos artísticos.
Si cuando de discutir sobre arte se
trata no concedemos al arte la prioridad, solo estaremos defendiendo un discurso
moralista y banal, y eso -ejemplos tenemos de sobra- nunca contribuyó al
engrandecimiento de la nación.
Hago mía aquella idea de Silvio
Rodríguez, aunque ambas palabras en mi diccionario personal signifiquen lo
mismo: Cambiemos la “R” de Revolución y dejemos “Evolución”.