sábado, 13 de febrero de 2010

Olvidar, tarea incumplida


¡Y lo justo y lo necesario no se detienen jamás!
José Martí

No sé si ayer era más vulnerable al sentimiento que de costumbre. En un muro de la calle Colón estaba Yolanda, la más temible de mis maestras en la Primaria. Ni yo, que en aquel tiempo no hablaba por no ofender, me salvé de sus “pedagógicos” castigos. Mi lista de pecados se inauguraba con un par de tareas olvidadas. Temblé cuando Yolanda me conminó a acercarme a su buró. No olvidaré la fuerza de aquella mano en mi antebrazo. Pero lo peor fue que mandara a buscar a mi padre.

Tardé mucho tiempo en explicarme por qué a un número reducido de maestros y profesores nunca les resulté simpático. Me convertí en una molestia para quien ejercía el poder, por el simple hecho de existir.

Al cabo de los años, mi ingreso a la radio molestó a un colega al parecer advertía más valores en mí de los que yo mismo tenía conciencia. “Es un diamante en bruto”, le dijo a una amiga. Pero por ser diamante tuve que conocer "a la fuerza", cómo es el mundo del arte, con celos (anti) profesionales y bretes. Un día de buenas a prmeras, "el personaje" desapareció. Cambió la radio por un oficio entonces mejor remunerado. Y yo seguí.


Con los años, además de envejcer, uno comprende que ningún mal dura cien años y que el agua de hoy difícilmente moverá molinos mañana.

El tiempo cura hasta la espinas del rencor. Me partió el alma la imagen ajada de mi maestra de Primaria. Remató el dolor escuchar su voz, ya contundente como hasta veinte años; sino como quebrada, suspirando:

-Adiós caballero.

Hubiera preferido regresarla a los tiempos de mi infancia. Aunque ni con sus castigos logró que hiciera las tareas en casa.

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