miércoles, 15 de diciembre de 2010

¿Y tú qué hace aquí?

Elena, una de las más grandes intérpretes cubanas de todos los tiempos
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La pregunta me sonó intempestiva del otro lado de la línea telefónica durante la fría mañana de este martes. Una compañera de trabajo aludía a mi presencia en el jurado de un festival para cantantes aficionados que desde hace algunos años se celebra en Sagua. “Tienes el oído cuadrado”, me dijo.

Sonaría bien que desecho su opinión, que la tiro al latón de la basura, pero entraría en contradicción con una idea que siempre he defendido: cualquier opinión es atendible; en cada criterio hay trasfondos y causalidad (no casualidad), aunque mi compañera tratara de revestir su “observación” con aires de broma. Desde mucho antes de Chaplin el humor ha servido para sacar a luz cosas importantes. ¿Y si la mujer tuviera razón y efectivamente no pinto nada a la hora de juzgar a un grupo de vocalistas?

Naturalmente, yo no me “auto seleccioné” como juez. Hubiera sido más “natural” que la “voz cuestionadora” trasmitiera su opinión a los organizadores de aquel concurso. Sabes Dios por qué no lo hizo, o no lo hará nunca. De todos modos yo me quedé pensando. Rápidamente traté de poner cosas en orden dentro de mi cerebro. Tampoco podía darme el lujo de pensar en el asunto todo el día. Entonces sí hubiera necesitado ayuda psicológica.

Encendí la computadora y me puse a escuchar a Bola. Decía que no cantaba, que tenía voz de “manguero”. No valdría la pena hablar de cromas y afinación cuando proclama “no puedo ser feliz/no te puedo olvidar/ siento que te perdí/ y eso me hace pensar/ que he renunciado a ti”.

Pasó luego por mi mente la arrolladora presencia de Benny. Analfabeto en cuestión de negras y corcheas deslizaba sobre el escenario los más originales recursos para sacar provecho a su banda y para atraer la atención del público.
No sé leer una partitura, pero me permitiría en cualquier certamen votar por Elena Burke, alzar mis dos brazos por Omara y premiar a Pablo. Los uso como referentes de lo que debe ser una buena interpretación, más que buen timbre, dicción adecuada y buena articulación. Incluso más que vestuario y dominio del espacio escénico: carisma, entrega, presencia, recursos comunicativos.

Al cabo de quince años, algunos programas musicales van quedando atrás en los predios de Radio Sagua. Recuerdo a Liuba María Hevia contándome algunos “secretos” para lograr comunicarse con el público. ¡Pura sensibilidad es esa Liuba que anda hoy de cumpleaños! Lo mismo canta un tango, que una nana…Debe ser la versatilidad otro mérito interpretativo.

Pero es cierto: no sé nada. Me sirve la observación adversa para crecerme. “Solo sé que no sé nada”. Repasaré a Callas, a Monserrat Caballé, a Caruso… Algo dijeron sobre interpretación. Trataré de recordar mis lecciones de apreciación musical en el ISA, los cursos en Santa Clara….No sé si Aaron Copland habló del asunto….Veremos qué hay en el “Oxford”.

Siguiendo a Agustín “veré”, seguiré buscando, indagaré y trataré de tener en guardia mi sensibilidad. Es el único recurso de que pudiera jactarme. A pesar de la rara anatomía de mi órgano auditivo, intentaré descubrir a “ese hombre escapado de sí mismo” presente en la buena música. Y agradeceré a mi compañera que me haya hecho pensar…y escribir este texto, que no es más divertimento, pura broma casi.