lunes, 23 de marzo de 2009

MEDIO SIGLO DE CINE REVOLUCIONARIO EN CUBA. PARA MIRAR MÁS LEJOS


Por estos días he pensado en algo que pudiéramos conceptualizar como orgullo nacional. No se trata precisamente de los aspectos esenciales que definen la existencia de la nación. Sino de otros aparentemente menos trascendentales.

El propio desempeño del equipo nacional de béisbol en el Clásico, devino asunto casi de trascendencia política, entre otras cosas, porque nuestros adversarios les dieron ese matiz antes que nosotros mismos.

Los criollos podemos sentir pleno orgullo de nuestros logros en el deporte, y también en la cultura. Tenemos una de las compañías de ballet clásico más importantes del mundo, en una nación donde apenas se practicaba este tipo de manifestación.

No podemos decir exactamente lo mismo de la industria cinematográfica; entre otras cosas, porque para hacer cine se precisa de mucho más dinero incluso que para la danza.

Sin embargo, no habrá que conformarse con aquello de que “nuestro vino es amargo…”. Es justo expresar que no fue hasta después del triunfo revolucionario que tuvimos una cinematografía verdaderamente cubana.

Apenas nos colamos en los grandes festivales: en los Oscar o en Cannes; pero ahora que se acerca el aniversario cincuenta del ICAIC habría que brindar por haber tenido aquí a un grupo de cineastas que, lejos de dejarse seducir por las alfombras y el oropel, decidieron hacer películas que sirvieran para entretener –como es lógico- y también para pensar, y pensar de manera crítica.

Es loable el empeño del joven gobierno revolucionario de dictar una ley –la primera en materia cultural- que favoreciera la creación fílmica a partir del 24 de marzo de 1959. Pero como era de esperarse de los más nobles empeños de este proceso único que vivimos los cubanos, el ICAIC también fue la voz de la conciencia colectiva.

No fue mero instrumento de propaganda. Sus obras, además de valores artísticos apreciados internacionalmente, ofrecen -de acuerdo con el término usado por Julio García Espinosa- una visión “incómoda” del entorno.

Eso justamente era lo que hacía falta: una Revolución dentro de la Revolución.
Con su inteligente mirada, el ya mencionado García Espinosa, Alfredo Guevara, Santiago Álvarez, Humberto Solás, Manuel Octavio Gómez, Fernando Pérez y, especialmente Tomás Gutiérrez Alea, nos propusieron mirar a Cuba y al mundo de otra manera.

Será ese el principal logro del Instituto Cubano del Arte y la Industria Cinematográficos: haber logrado hacer un cine eminentemente nacional con atisbos universales.

Y para salvar eso deberán trabajar los cineastas que surjan. Será con nuevos códigos estéticos, bajo otros presupuestos, sorteando las dificultades que impone la crisis internacional a las cinematografías del Tercer Mundo. Pero sin perder la voluntad de hacer y hacer bien. Para que los cubanos sigamos teniendo motivos para enorgullecernos del cine nuestro cine.

domingo, 22 de marzo de 2009

Los dioses rotos


Aunque no tan evidentes como se quisiera, demuestra signos de crecimiento la producción de filmes en Cuba.

Claro, no todo es cuestión de cantidad. Al valorar “El cuerno de la abundancia”, aludíamos a cierta falta de originalidad en las historias y al débil comprometimiento con la realidad.

No es que demandemos del arte la solución de los problemas de la sociedad. Pero vale la pena tener en cuenta el precedente de cineastas cuya mirada crítica es imperecedera. Entiéndase Titón, o Humberto Solás, o Julio García Espinosa.

En “Los dioses..”, un director debutante en la pantalla grande, pero con bastantes aciertos –sobre todo como guionista- en la televisión y la radio: Ernesto Daranas, nos propone introducirnos en las zonas más oscuras de una Habana cuya fisonomía cambió mucho desde los tiempos del chulo Alberto Yarini, pero que conserva manchas difíciles de tapar, incluso con la Revolución.

Como puede leerse en el sitio web de la propia película, es una trama de valores enfrentados; una reflexión en torno a perspectiva ética y moral de un grupo de personajes -de todos los niveles socioculturales- entre quienes los clichés de “positivos” y “negativos” no son sencillos de etiquetar.

“Los dioses..” consigue incorporar al cine a un grupo de creadores que ya han demostrado su valía en la televisión y otros medios, como el director de fotografía Rigoberto Seranega y los músicos Magda Rosa Galván y Juan Antonio Leyva. Elogio aparte merece Eric Grass por lograr una dirección de arte impecable, pese al escaso presupuesto de que dispuso esta producción.

En mi opinión lo más interesante del filme de Daranas, es el tratamiento de lo marginal. Pero el director juega con un arma de doble filo, y pierde por la misma causa.

La historia privilegia más la descripción de ambientes, que la psicología de los personajes. Diría que, con excepción del de Rosendo, Daranas debió perfilar mejor los personajes. Pudo hasta haber eliminado algunos que –como por muy bien defendidos que estuvieron- NO se qué pintan en la trama.

“Los dioses rotos” intenta ser contemporánea, pero se torna víctima del referente de otra época. Al intentar establecer paralelos entre el Alberto de ahora y el de antes, los espectadores terminamos desconcertados.

La película trata de comprometerse con el presente y se torna inverosímil por culpa de algunas situaciones, como el afán de la protagonista de autentificar el supuesto pañuelo de Yarini y la existencia de un arma del chulo.

Mucho más inverosímil es que una empresaria capitalista venda sus negocios en nuestro país como si se tratara de una caja de bombones. ¿Estamos en la Cuba de hoy o no?

“Los dioses..” es un buen intento y no dudo que Ernesto Daranas consiga llegar muy lejos en sus futuras propuestas. Pero por lo pronto habrá que esperar.

sábado, 21 de marzo de 2009

El cuerno de la abundancia

Todavía la gente está buscando alguna copia de “El cuerno de la abundancia”. A la alternativa de ver la película en la sala oscura, se suman los discos y casetes ofertados por las videotecas estatales o particulares. Se corrobora el interés de los cubanos por su cine.

La cultura la que sale ganando y vendría bien que el ICAIC
–próximo a cumplir medio siglo- tratara de distribuir mayor número de copias de sus producciones, tanto las nuevas como las antológicas. Sería una buena forma de hacer frente a la tenaz competencia de tantas telenovelas, mini novelas, serie y películas de tercera que se pasan de mano por ahí.
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Con “El cuerno de la abundancia” merece la pena aplaudir la vuelta de uno de nuestros cineastas más experimentados. Juan Carlos Tabío alcanzó gran éxito desde sus primeras comedias en los años ochenta y fue escogido por Tomás Gutiérrez Alea para compartir la dirección de “Guantanamera” y “Fresa y chocolate” cuando ya la salud comenzaba a jugar malas pasadas a Titón.

Probablemente Tabío sea hoy por hoy el mejor conocedor de los mecanismos que despiertan alegrías en los cinéfilos cubanos. “El cuerno de la evidencia” evidencia el pulso narrativo de un cineasta que sabe dónde colocar cada cosa para contar bien la historia.

Sin embargo, a mí –en ocasiones- “El cuerno de la abundancia” me parece más patética que cómica. El hecho de que las casas despintadas, el pobre almuerzo de un comedor obrero y las penurias de nuestros compatriotas, vuelvan a ser el ingrediente de un filme, me llena de preocupación. ¿Será que no tenemos otra cosa que contar en esta isla del Caribe?

No es que quite mérito al choteo integrado desde siempre a nuestra cultura. Tampoco creo que el cine deba ignorar las contradicciones de los tiempos actuales. El problema está en el tratamiento.
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“El cuerno…” basa su argumento en la posibilidad que creen tener varias familias de un pueblo imaginario, de conseguir una herencia que les cambie la vida. El final es previsible: El dinero nunca aparece. Las tragedias familiares prosiguen. Y el protagonista tiene claro –de acuerdo con el propio texto- que “debe seguir pedaleando”.

Para completar los ingredientes de una película “a la cubana”, lista para ser adquirida en lejanos parajes, no faltan los pechos de una hermosa trigueña y algún escenita de sexo.

Infiero que las exigencias de productores extranjeros contribuyeron a atenuar la profundidad en el tratamiento de los temas de “El cuerno de la abundancia”. Otra vez era preciso mostrar imágenes de viejos autos americanos, de bicicletas y de penurias tercermundistas.

martes, 10 de marzo de 2009

Orieta Cordeiro se suma al dolor por la pérdida de Agesta


Orieta Cordeiro , destacada asesora y escritora, me envió el siguiente mensaje:
Me sumo a la gran tristeza que todos los radialistas en Cuba hemos de sentir por la perdida de nuestro querido "León de Lagunilla". El primer musicalizador que conocí allá por los 70 en el Estudio 4 de Radio Progreso cuando ambos comenzábamos en la radio. Mi compañero de jurados en tantos y tantos Festivales, últimamente director de alguna de mis novelas en la W, amigo entrañable e inolvidable que tanto nos hizo reír con sus ronquidos y sus cuentos. Creo que por él y por todos los que amamos la radio debemos seguir luchando por ella aunque las piedras se interpongan constantemente en nuestro camino.
Un abrazo:Orieta Cordeiro

domingo, 8 de marzo de 2009

NOSOTROS PERDIMOS. Fabio Bosch evoca a Luís Agesta

Rápidamente en la tarde de este domingo elmaestro Fabio Bosch, desde Cienfuegos, contestó a un mensaje mío evocando a nuestro querido Agesta.


De repente, así como aparecía por un pasillo de la W o de la UNEAC con una ejecutoria impecable, o en un evento con una borrachera contagiosa y alegre, tras una noche sin dejar dormir a todo el que estuviera por sus alrededores debido a sus ronquidos (¿rugidos?), cayó enfermo hace solo unas semanas LUIS AGESTA HERNÁNDEZ, uno de los más grandes radialistas de Cuba. Todo ha sido tan rápido, que apenas cuando mi hermana Nélida Irene me llamó de Sta. Clara y me dio la noticia de su muerte, me he quedado casi sin aliento. Llamé a algunos amigos… unos lo sabían ya, otros no. Con casi ninguno pude dialogar; un nudo en la garganta me lo impedía.
Y es que se nos ha ido alguien con tantas ganas de vivir, pero además con tanta autoridad en su verbo y en su ejecutoria, que varias generaciones de radialistas tendrán que recurrir a él como una referencia. Musicalizador fino, Director de Programas certero, Escritor seguro y diáfano… no hubo evento donde su exposición no fuera precisa y esclarecedora.
A mí, en lo personal, me duele pensar que nunca más llegaré a un Jurado, Reunión, Cónclave o lo que sea, donde los organizadores no encuentren dónde ubicar a AGESTA para que duerma y sentir su voz de trueno decir: “Ahí está Fabito, a él lo pueden poner en mi misma habitación… él está de acuerdo”. Y no le faltaba razón, yo siempre acepté esa difícil misión que puso a llorar a Rafael Martínez Martínez una noche en el Hotel Inglaterra, o desquició a un oficial que lo extraditó de una unidad militar, pues ya había ganado el sobrenombre allí de “El León de Lagunillas”. Y es que no solo era yo quien soportaba sus descomunales ronquidos, sino que además, era su preferido para hacer las diversas anécdotas de sus peripecias en ese campo. Mientras yo hablaba él me miraba como si fuera un niño travieso y se reía encogiendo los hombros, en un gesto peculiar. Pero su favorita era la del día que Frenes, él y yo llegamos a un albergue en la Habana, y Chaflán nos alertó de un holguinero que roncaba de manera insoportable, y entonces yo relataba cómo él lo había derrotado de manera espectacular.
Su risa contagiosa, sus ronquidos estrepitosos, sus apreciaciones incomparables se fueron apagando y un amigo común llegó a su lecho de enfermo; él abrió los ojos y le dijo: “Me tocó perder”.
A pocos minutos de morir, cuando llamé a Juan Carlos Castellón a Sancti Spíritus, me habló de la enorme pérdida a la que estaba asistiendo la radio cubana. Entonces, comprendí que esta vez puedo contradecir a mi buen amigo LUIS AGESTA, porque no fue él quien perdió… fuimos nosotros. Lo hemos perdido a él y esa pérdida nos dolerá por el resto de nuestras vidas profesionales y personales.

sábado, 7 de marzo de 2009

LUÍS AGESTA

La perdurabilidad de la radio es obra de mucha gente. Hay quienes ni siquiera figuran en los créditos de los programas. No se les conoce más allá del ámbito de alcance de las emisoras.

Pero hay nombres cuya sola mención inspira respeto lo mismo en La Habana, que en Santiago, o Santa Clara. La radio está en deuda con ellos por la carga de rigor profesional que le han aportado.

De todo cuanto he hecho a lo largo de varios años de ejercicio profesional, escribir obituarios no está entre mis preferencias. Pero hacerlo me reconforta de pérdidas irreparables.

Murió Luís Agesta, uno de los más destacados realizadores que ha tenido la emisora CMHW durante toda su historia. Formado como musicalizador, conoció como nadie cuál era la melodía exacta para cada momento de un programa, o cuando –sencillamente- no hacía falta sonido alguno. Vivir lejos de la capital no le impidió codearse con los más destacados colegas. Hoy lamentan su muerte lo mismo Fabio Bosch, que Caridad Martínez, Alberto Liberta, Joaquín Cuartas, o Leonor Cabal.

Al referirme a Agesta lo hago no sólo comprometido por su ejecutoria en la radio, sino también porque nació en Sagua la Grande. Jamás lo declararon hijo ilustre de esta ciudad, pero para mí lo era. Recordaba con pasión sus días juveniles trabajando en la conocida bodega de su padre, en Pueblo Nuevo y hablaba con dolor del estado de parcial ruina en que su encuentra la Villa del Undoso.

Realicé estudios universitarios, pero los secretos de la radio los aprendí con viejos camajanes. No puedo decir que tuve un maestro, sino varios; de mucha gente tomé un poquito. Pero a Agesta le debe uno de los “poquitos” más significativos.

Ni siquiera fui su compañero en la CMHW. Pero no puedo olvidar las largas jornadas de trabajo del jurado que seleccionaría los programas de la provincia para el Festival Nacional de la Radio.

Radio Sagua me había designado su representante en la emisora provincial. Y yo, con la intrepidez que sólo se tiene a los 22 años, me había atrevido a sentarme a analizar programas de radio a la misma mesa que él.

Lo recuerdo con el cigarro humeante, con sus manías…Acostumbraba a alisarse el cabello graciosamente hacia un lado. Tal vez estaba comunicándonos algo…

Durante aquellos encuentros viví las discusiones más enriquecedoras de toda mi vida. Con frecuencia me ha parecido que nuestras emisoras precisan renovarse con el talento de gente de joven. Sin embargo, los criterios de Agesta –con todo y los treinta y cuarenta de años de trabajo que acumulaba- nunca me sonaron a viejo. Así pasa con los artistas verdaderos, que están siempre prestos al intercambio con los jóvenes.

Agesta, como cualquiera, podía estar equivocado; pero lo verdaderamente enriquecedor de cada debate con él no era ganar o perder, porque siempre se ganaba.

Tenía métodos muy originales para convencer a sus colectivos. Podía apelar lo mismo a la idea más sutil, que una frase criollísima, capaz de aliviar tensiones y mejorar el humor de los artistas. Sus rabietas podían tener trazas de comicidad, pero todo el mundo lo respetaba.

En estos casos recurrimos a frases como “su ejemplo perdurará”. Justamente lo que más dolor me causa no es su muerte, sino que existan pocos como él. Hace apenas unos meses, durante el festival Santa Mareare, organizado por él como presidente de la sección de cine, radio y televisión de la UNEAC villaclareña, le oí quejarse por el poco respeto que le profesan a su trabajo algunos artistas de hoy.

Ser cascarrabias es casi elogio para la mayoría de los buenos directores de la radio. Me falta mucho por aprender, pero “cogiendo lucha” se empieza. Al parecer no nos morimos tanto por infartos en estos medio.

Fue el maldito cáncer el que se lo llevó muy pronto. Supe de la enfermedad, pero no me atreví a ir a verlo. Hubiera querido agradecerle una vez más por pensar en mí para recibir el premio Manolín Álvarez, otorgado por la UNEAC a jóvenes creadores con algunos resultados. Pero no tuve valor para una despedida. Quiero pensar que no me despedí, porque nunca se fue.

Tratar de sembrar en otros el amor por la radio que él, entre cigarros, sorbos de café y ron –sin proponérselo- contribuyó a inculcar en mí, será el único modo de pagar la deuda de gratitud que tengo con mi coterráneo Luís Agesta Hernández.

CÁRDENAS

Fui a Cárdenas. Con frecuencia se ha hablado de la vinculación de la ciudad matancera con Sagua la Grande.

La fundación de una y otra ocurrió en las primeras décadas del siglo XIX. Crecieron gracias al auge de la industria azucarera, que se desplazó de Trinidad a las comarcas norteñas, mucho más propicias para la comunicación con quienes serían nuestro principal receptor del dulce producto: los Estados Unidos.

El trazado de las calles en Cárdenas y en Sagua responde a criterios urbanísticos similares. Coches y bicicletas pululan aquí y allá. En los dos lugares hasta se compartió el sufrimiento ocasionado por el huracán del primero de septiembre de 1933.

Una porción de la calle Luz Caballero, en nuestro malecón, lleva el nombre de Avenida de Cárdenas. Fueron recíprocos en la tierra natal de José Antonio Echeverría y llamaron Sagua, a la calle Pinillos, que corre paralela a la vía férrea, cerca del puerto; aunque no queda elemento probatorio alguno de tal bautismo, como en la Villa del Undoso.

Fui a San Juan de Cárdenas, como lo hizo mi coterráneo Jorge Mañach Robato. En su “Glosario”, de 1925, puede leerse la siguiente descripción:


Ya desde la estación hallamos a Cárdenas ungida de no sé qué linajuda y señorial apariencia. Acaso es efecto de la estación ferroviaria misma, que se diría, por su flaca torre, amplio ámbito y almenada silueta, que ha sido diseñada para ilustrar alguna zorrillesca leyenda de castellanía.

Pero es que todo, luego, en la hospitalaria villa, contribuye a la misma sensación. ¿De dónde proviene? No, ciertamente, de la materialidad ostensible: el plano es una perfecta cuadrícula, que desveló no recuerdo a cuál gobernador, si al viejo Pinillos o a aquel excelente y Excelentísimo señor Verdugo, cuarto marido de la gran Tula; las calles son de una rectitud urbanísima, como la conducta de los viejos funcionarios…

El parque tiene, como todo parque del Interior que se respete, su iglesia, sus palmas, su concreto y su rotonda; y en el entablamento de esta, al lado del nombre de Cervantes, aparece el de Gounod….¿Quiere usted nada más moderno?

Ah, pero hay excepciones. La iglesia misma lo es, con su cuerpo a la manera del renacimiento colonial, todavía algo barroco, y sus dos torres octogonales, posteriores en el tiempo. Sus campanas suenan como le gusta a Azorín: lentas, graves, melancólicas.
Frente a la iglesia está la estatua de Colón. Hecho importantísimo este, que explica por qué Cárdenas es una ciudad primacial….

Calle Sagua, al fondo,la estación de ferrocarril,construida en 1875.

Calle Real


Plaza del mercado


Iglesia parroquial, construida en 1846. Al frente, el más antiguo monumento tributado a Colón en América.


Vista lateral de la Parroquia.
Obsérvese la boya arrastrado por el mar quinientos metros durante el huracán del 33.


Fuerte español emplazado en la salida hacia Coliseo.