miércoles, 30 de diciembre de 2009

Rogelio Castillo, un hombre bueno al pie del micrófono

Castillo cuenta con la simpatía y el apoyo de los más jóvenes. En la foto, tomada durante la gala de clausura del Concurso Santa Mareare 2008, lo acompañan, junto al autor de este trabajo (al centro), el escritor y actor Ángel Luís Martínez y la asesora Mairín Palmero Pascual, ambos de Radio Progreso,

No crea usted que podrá toparse fácilmente con un Premio Nacional de Radio en Cuba, mucho menos fuera de la capital; persisten los prejuicios que impiden advertir al talento más acá del túnel. Pero la causa fundamental por la que los agraciados no aparecen por ahí como la verdolaga, está relacionada esencialmente con la cantidad de buenos radialistas que abundan en un medio cuya calidad ha sido bien estable desde el surgimiento de su versión criolla en 1922.

Sagua la Grande puede enorgullecerse por tener entre sus hijos a un Premio Nacional de la Radio. Para integrarse al medio, debió abandonar la ciudad a fines de la década del sesenta; entonces no funcionaba emisora alguna en la Villa del Undoso. Pero Rogelio Castillo Moreno no ha olvidado el hogar natal, en la céntrica calle Céspedes. Cursó los primeros estudios en escuelas públicas sagüeras y a, aunque era un adolescente en los años cincuenta, apoyó la lucha revolucionaria que gestó acontecimientos tan importantes como la Huelga del 9 de Abril.

Luego del triunfo del primero de enero de 1959 se integró a las Patrullas Juveniles. Sobreponiéndose a limitaciones físicas, participó en la Limpia del Escambray y fue fundador del Batallón 338 de las Milicias Nacionales Revolucionarias. Posteriormente se incorporó a la Campaña de Alfabetización en San Agustín de Iguará y en la División de tanques de Boniato, Oriente.

Tras obtener una beca para formarse como técnico de la aviación de la fuerza área revolucionaria, permaneció en Ciudad Libertad. Aunque por entonces descubrió su vocación artística y prefirió vincularse como aficionado a una compañía de teatro capitalina, a la par que trabajó como obrero en una empresa textil. Regresó a Sagua en el año 1965. Gracias a las enseñanzas del destacado escritor y teatrista Ramón Rodríguez Infante, se formó como instructor y creó un grupo de aficionados. Por los resultados de su trabajo, se le nombró delegado de Cultura primero en Sitiecito y luego en Sagua. Conjuntamente con figuras como Manolo Fernández y José Ramón Núñez, se convirtió en un destacado promotor cultural. Trabajó en la biblioteca Raúl Cerero Bonilla y fue fundador de los talleres literarios, donde dio a conocer sus primeras creaciones para niños impulsado por figuras como Onelio Jorge Cardoso; al mismo tiempo que inició su formación como guionista de programas radiales.

En el año 1970 fue invitado a escribir programas infantiles para el entonces recién fundado Cuadro Dramático de la emisora provincial CMHW. Debido a la escasez de personal, también asumió la dirección de su primer proyecto: “Canta, ríe y cuenta”. Sin perder vínculos con el mundo de las tablas, se integró al Centro Experimental de Teatro de Santa Clara, que dio a conocer su obra “El porrón maravilloso”, considerada un clásico de la escena para niños en Cuba.

Castillo ostenta el Primer Nivel como actor y director de programas. Pertenece a la Comisión Territorial de evaluación de Directores de Radio y a la Comisión Nacional de Evaluación de Actores del Consejo de las Artes Escénicas. Con cerca de 40 años en la radio, ha recibido numerosos lauros; resaltan los premios Caracol otorgados por la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y los grandes premios del Festival Nacional de la radio, adjudicados a sus principales aportes a la radio: los programas “Chirrín chirrán” y “Pañoleta azul”.

En 1992 recibió la Distinción por la Cultura Nacional. Posee, además, la Medalla Conmemorativa 25 Años del ICRT y ocupa la presidencia del de la Filial de Cine, Radio y Televisión en la UNEAC de Villa Clara. Actualmente continúa dirigiendo y escribiendo “Pañoleta azul”, espacio insigne de la CMHW. Aunque nuestro coterráneo ha recorrido prácticamente toda la programación del Cuadro Dramático de la CMHW, incluso fue su jefe por varios años. Actualmente también dirige el espacio de “La novela inolvidable”, otro aporte suyo a la radio de Santa Clara.

Como director artístico ha tenido a su cargo la realización de galas memorables, como la efectuada en Sagua la Grande para conmemorar la efeméride del 9 de abril en 1988.

El pasado mes de septiembre se le entregó el Premio Nacional de la Radio, máxima distinción otorgada por el ICRT a los artistas de la radio. Entonces, confesó al Sistema Informativo de la Televisión Cubana sentirse realizado y apuntó que en lo que respecta a radioteatros, cuentos y novelas, prácticamente lo ha hecho todo, pues en sus cuarenta años ha podido ofrecer al público las principales obras de los clásicos y de los autores contemporáneos.

Pero sin imposible hablar de tan contundente currículo artístico sin consignar que este se halla escoltado por valores humanos excepcionales. Rogelio Castillo es un hombre bueno. Tal cualidad se disemina entre los miembros de una familia vinculada también al arte: su esposa, Teresita Riverón, lo ha respaldado como asesora en numerosos proyectos y el hijo mayor, Kiusler Castillo, ya es un reconocido actor y locutor.

Lo decía, es difícil toparse con un Premio Nacional de la Radio, pero si logra encontrarse con el sagüero Rogelio Castillo Moreno, aunque no se lo hayan presentado, no dude en acércasele. Él estará presto a ofrecerle su diestra en señal de agradecimiento, o como anticipo de lo que pudiera ser una gran amistad.

domingo, 20 de diciembre de 2009

CON LA MUSICALÍSIMA EN SAGUA

Por largo tiempo permanecerá en el recuerdo de los habitantes de Sagua la Grande la presentación de Beatriz Márquez en la jornada final del Festival de Música Popular Rodrigo Prats.

Beatriz, “La musicalísima”, como se le conoce desde hace mucho tiempo, es una de las pocas cancioneras de su generación que ha logrado mantenerse activa. Otras, por escasez de talento o sencillamente porque quisieron probar suerte en tierras lejanas, permanecen en el olvido.

Por cosas del azar, tuve la suerte de valorar junto a ella las obras presentadas al concurso. ¡Yo en un jurado de composición presidido por La musicalísima! No ponga en duda el lector que la intérprete de “Pólvora mojada” y “Espontáneamente”, posee una sólida formación artística, suficiente para valorar el ejercicio creativo y para hilvanar una amena descarga ante cerca de setecientas personas, como sucedió la noche del pasado jueves diez de diciembre. Pero no imaginaba siquiera ella que encontraría a un partener tan apropiado en la Villa del Undoso.

Aunque inusitados trastornos de la presión arterial intentaron fastidiar la estancia de Beatriz Márquez este diciembre, los sagüeros –acostumbrados como han estado ha recibir a grandes artistas en sus predios- prodigaron más de una ovación a la artista, que no hace mucho, celebró sus cuarenta años de vida artística.

¡Jova, Jova, Jova…! gritaron los espectadores cuando la hija del compositor René Márquez solicitó la presencia de algún sagüero en el escenario, de alguien que quisiera acompañarla por unos minutos. Ricardo Jova, nervioso sólo en el primer minuto, descargó de lo lindo en un tema que constituyó propuesta de Beatriz: “Obsesión”, de Pedro Flores. Y permaneció con ella más tiempo. Entonces la visitante volvió a tomar el piano y siguió la descarga unos minutos más.

Viste con sencillez y no hay derroche de altas notas en sus interpretaciones. Pero la afinación resulta perfecta. Deja espacio para la improvisación. Disfrutarla en el escenario constituye una suerte que los discos no logran traslucir. Beatriz no es temperamental como La Lupe, no es apasionada como Omara, no es tan profunda en sus interpretaciones como Elena. Un amigo de visita en Sagua este fin de año, nos dijo que ella es –en todo caso como Armando Manzanero. Pero Beatriz, aún con el piano delante, como el mejicano, es Beatriz y punto. El timbre conserva la lozanía de los años setenta, la afinación es perfecta.


lunes, 7 de diciembre de 2009

La luz como destino


Aunque yo vivo en España nunca olvido a mi nación, la hermosa tierra cubana y al pueblo donde nací, en Cuba, Sagua la Grande…
Antonio Machín


La Villa del Undoso ha motivado no pocas creaciones artísticas desde el polémico acto fundacional del 8 de diciembre de 1812, o quizás desde antes. Porque seríamos ingenuos, o poco rigurosos, si intentáramos reseñar el devenir ciudad a partir de entonces.

Como el “pueblo indio mercedado a Alonso de Cepeda; fuente de materia prima: madera para el Arsenal de La Habana y vega de Don Juan Caballero”, la define en su biografía de Wifredo Lam, Antonio Núñez Jiménez.

Se apresuró el francés Federico Mihalé a entregarnos en el primer tercio del siglo XIX un grabado donde apenas se reconocen los contornos del Undoso, rodeados de bohíos. Sagua –aún no tanto “la grande”- es un caserío. Pero correría con suerte gracias la fertilidad de las tierras y a la fácil comunicación con el puerto de La Boca (hoy Isabela); primero a través del río, luego por ferrocarril.

“El escritor que alguna vez redacte la historia de Sagua la Grande, tendrá que nombrarle con elogios”, vaticina Don Ramón de la Sagra en su “Historia económico-política, intelectual y moral de la Isla de Cuba”, aparecida en 1861.

El propio visitante, recibido aquí por “un anfitrión magnífico”: el teniente-gobernador Joaquín Fernández Casariego, elogia la prosperidad de la comarca y, al trasladarse hasta Isabela por el río, considera que “lo tortuoso del curso parece creado para multiplicar más y más las agradable sorpresas”.

En 1857, en el periódico “La alborada”, de Santa Clara, Esteban Pichardo publica su “Ligero paseo por Sagua la Grande” y describe la entrada del pueblo, no por donde lo hacemos hoy, sino a través del Desvío, cerca de la calle Real de Colón:

“Por una suave bajada y subida se cruza el río, que en las crecientes tiene su andaribel poco más arriba, e inmediatamente se presenta un grande y lúcido caserío, que nació ayer donde llamaban el Embarcadero y hoy se titula Sagua la Grande”. Entonces el río es “caudaloso, limpio y navegable”. Pichardo describe como expansión de vida “el olor a brea confundido por el de los azúcares y la vista de los mástiles y las embarcaciones”.
Durante el siglo XX no le faltarían descripciones enaltecedoras a la Villa del Undoso, incluso en el XXI. Fueron emocionantes las palabras de Pablo Armando Fernández al inaugurar una feria del libro en esta ciudad. “Sagua es la luz”, aseguraba el bardo.

También se enamoró de la Villa, Federico García Lorca. ¡Pudo haberse perdido también en Sagua! Aquí motivó el epíteto más audaz que jamás haya recibido: “Ipotrocasmo”. “¿Quién se ha atrevido a decir eso de los poetas contemporáneos?”, pregunta Emilio Roig de Leuchsering en un artículo publicado por la revista “Carteles”. El propio historiador aporta la respuesta: “Se llama Arturo Carnicer Torres. Vive en Sagua la Grande, casi, que así es de injusta la humanidad”.

Hasta los más íntimos detalles de la localidad han figurado en la letra impresa. Enrique Núñez Rodríguez se detiene en la descripción no sólo la del Instituto de Segunda Enseñanza y de las golosinas del café Fornos en la planta baja de este –en la esquina de las calles Carmen Ribalta y Martí. El escritor quemadense nos conduce con gracia a las inmediaciones del río, ya no para deleitarnos con el olor a brea de Pichardo, sino con la visión de una Sagua más oscura. Es necesario llegar a esta parte del libro “A guasa a garsín” para hallar las claves del título conferido a la obra póstuma de Núñez Rodríguez. Cámbiese el orden de las sílabas y sabrá el lector a que nos invitan. ¡También para eso es Sagua!

Pero la más hermosa crónica se la debemos a Jorge Mañach Robato. No porque haya nacido aquí, o quizá precisamente por eso. Advierte el agudo ensayista en sus “Glosas”, de 1926, que no está bien que los hijos juzguen a los padres; por eso se limitaría a describir las impresiones que su tierra natal la causaba. Sin embargo, no logra evadir la ironía tan cara a su estilo en un texto digno de las mejores antologías: “Las moscas hospitalarias”:

“Caen sobre vosotros con una ponderación que aterra. En vano ensayáis evadirlas: a la larga, pese a vuestros manoteos, sentirá la epidermis su choquecillo leve, viscoso y tibio (las moscas están como calientes de sol). Y os solicitan, os cercan, os rondan. Diríanse acreedores, o lacayos de casa encopetada. No pican jamás: son moscas paisanas, de una hospitalidad ejemplar”.

Pero es más tiernamente elogioso el autor de “Indagación al choteo” en otro pasaje. Mañach debió ser el primero que relacionó a “Sagua la máxima” con la luminosidad:

¡Qué nítida precisión la del caserío! ¡Qué deslumbramiento tropical en la retina! ¡Qué inexorable reverberación la de las calles blancas!...Es acaso la sensación más neta que se guarda de nuestra tierra: la luz.

De tal manera el arte ha perpetuado a Sagua la Grande, presente también en las canciones de Rodrigo Prats y Antonio Machín, y en el estilo geométrico del pintor José Ramón –Pepe- Núñez. Sagua la Grande, con inscripción de nacimiento que data de 1812; vetusta, pero todavía vital en su cumpleaños 197.