viernes, 19 de agosto de 2011

EN TREN DE SANTA CLARA A SANCTI SPIRITUS


El itinerario de Cienfuegos a Sancti Spiritus es uno de los más extensos y curiosos del centro de Cuba: El tren circula por las paralelas que unen a la Perla del Sur con Santa Clara, para después tomar la Línea Central hasta Guayos. Allí sigue el curso de la vía antigua, torciendo el rumbo hasta Zaza del Medio, para finalmente volver al sur, esta vez hacia la villa del Espíritu Santo.

No puedo precisar cuán antiguo pueda ser el accidentado periplo, pues en caso de hacer surgido en tiempos de la Cuban Central (a principios del siglo XX), cuando se fusionaron las empresas de ferrocarril de Las Villas, hubiera “invadido” territorios de la “Cuba Railroad Company” y eso no era usual.

La formación constituye otro elemento sui generis: La arrastra una moderna máquina china de las pequeñas, con 1 400 caballos de fuerza, pero los coches son los mismos Taíno de finales de los años ochenta, réplica criolla de los extintos Fiat argentinos.

Para muchos parecía que iba a transcurrir otro siglo antes que regresara el tren de Cienfuegos a Sancti Spiritus. En dos décadas tuvo fugaces apariciones los fines de semana. Ahora parece estabilizarse corriendo tres veces por semana.

A las cinco en punto de la tarde partió el número 73 de la ciudad de Marta, tras una inexplicable parada de 35 minutos, pero está en el itinerario. Los tres coches van bastante llenos, aunque a diferencia de la mayoría de los trenes popularmente conocidos como “lecheros”, este no suele dejar mucho pasaje en los apeaderos. Quizá los vecinos de esos lugares ya se acostumbraron a usar otros medios de transporte.

Resultan breves las paradas en Cenizas, Oliver y Falcón. Incluso, en Placetas, donde descienden unas quince personas. Después cruzamos o serpenteamos los riachuelos, animados con las lluvias veraniegas. En el punto donde la vegetación se torna más exuberante nos detenemos. Es la solitaria estación de Calabazas. Concebida solo por exigencias técnicas de la vía, nos propicia el cruce con el tren número 5, procedente de Santiago de Cuba.

Por Cabaiguán casi no pasamos. Hoy solo los trenes que abastecen de combustible a la refinería se adentran en el poblado. Nuestros viajeros cabaiguanenses descienden en un pequeño apeadero. Después de un breve alto en Guayos, tomamos la vieja Línea Central, que corre paralela a la actual a lo largo de unos cinco kilómetros. Hoy se le conoce como Ramal Jatibonico, aunque me consta que a partir de Siguaney -quizás antes- fue desmantelada.

De buenas a primeras nuestro tren tuerce su recorrido hacia el suroeste, siguiendo caprichosas curvas. ¡Sabe Dios qué tuvo William Van Horne para alternar tanto el trayecto del principal ferrocarril cubano! No recuerdo la existencia de curvas tan caprichosas, ni siquiera en la región oriental, donde los accidentes naturales sí pudieran justificarlas.

Se torna algo alucinante el recorrido, no por las curvas, sino por la maleza que amenaza por “ahogar” al camino de hierro. El tren reduce notablemente la velocidad, mientras hierbas y arbustos amenazan por colársenos por la ventanilla, poco antes de cruzar el centenario puente sobre el río Zaza. Da gusto ver correr treinta o cuarenta metros más abajo las tumultuosas las aguas que alimentan al mayor embalse de Cuba.

Zaza del Medio es el punto más deseado de mi itinerario particular. Hacía tiempo quería pasar por el pueblito que el nuevo ferrocarril central relegó. Subsiste un pequeño taller ferroviario que, el día de mi viaje, resguardada una máquina General Motors; una de las famosas “900”, de las pocas locomotoras de que disponen los espirituanos. También allí tiene su base el tren que cubre la ruta Zaza del Medio-Tunas de Zaza.

En “Zaza” se invierte la locomotora, utilizando el apartadero para circular una vez más sobre el puente y quinientos metros más adelante tomar finalmente el sub-ramal Sancti Spiritus. Por suerte la vía aquí exhibe un mejor aspecto. Acá, por suerte, la maleza en ambas franjas fue recién podada.

La de Tuinicú es la última estación en nuestro itinerario, aunque ya casi no es estación. Tras bordear el límite del central –uno de los dos únicos activos en territorio espirituano- se topa el viajero con una casetita de 3x3 que ni siquiera se encontraba prestando servicios en el momento de mi viaje. Después, no hay más paradas hasta la propia Sancti Spiritus.

Con los últimos claros del día, tres horas después de haber partido de Santa Clara, nos adentramos en la añeja ciudad. Un paso superior facilita el cruce de la Carretera Central. Luego nos adentramos en barrios periféricos como parte de un recorrido que se me torna largo, por lo reducido de la velocidad. Los pasos a nivel y las condiciones de la vía no permiten más. A un lado contemplo la torre de la Parroquial Mayor; al otro, las viejas edificaciones de la fábrica de leche condensada Nela. Por fin, tras cruzar el Yayabo, aparece el despejado el patio espirituano.

Tardó 188 minutos exactos este viaje, casi el doble del tiempo en que lo hace el ómnibus. Pero conserva el encanto de los viejos trenes, de esos que detienen al campesino en sus faenas, para mirar, o hasta para decir adiós al pasajero desconocido. Me gusta este tren, que evade los solitarios patios de la nueva Línea Central, para pasar rozando los patios de las casas, permitiendo que el viajero pueda paladear los aromas que emanan de las cocinas.