lunes, 21 de mayo de 2012

¿Hablantes o locutores?


 A Dairon Bejerano Lima, por motivar mi regreso a estos temas.

Los locutores suelen ser el enlace entre la emisora y el público receptor. No es extraño que, debido a la empatía que ganan ante ese él, se les atribuya la realización completa del programa y se les responsabilice con lo que presentan.

También existen personas que, por su conocimiento sobre algún tema específico, han devenido presentadores o conductores de programas. Es algo pertinente en tiempos en que el saber alcanza alto grado de especialización. Así es posible ver o escuchar a un meteorólogo ofrecer el parte del tiempo. Puede parecer mucho más creíble la información si la ofrece un especialista.

La televisión y la radio cubanas ofrecen magníficos ejemplos de propuestas que han conducido músicos, psicólogos, escritores…Valga a mencionar a Manuel Calviño en “Vale la pena”, o a Jorge Gómez con sus programas en diferentes medios…
Pero a pesar de estos ejemplos, se sigue discutiendo qué es lo más pertinente: si apelar a especialistas o a locutores.

A los primeros, aunque no tengan la voz o la imagen física envidiables, habrá que exigirles que logren cumplir con normas mínimas para la comunicación y que sean carismáticos. A los segundos, aún cuando no sean especialistas en música, en meteorología, o en psicología, debemos exigirles que no se conformen con un movimiento de cabeza, un sí, o una frase cliché cuando nos sirvan de puente ante un especialista.

Quizá las propias lagunas intelectuales de buena parte de nuestros locutores han motivados que los directores se decidan por un especialista, o para usar un término generalizado en la actualidad en nuestro país, por “hablantes”, con el propósito de que sean ellos los conductores de sus espacios.

El asunto se torna algo más complejo tratándose de los periodistas. Tales hablantes están obligados a comparecer en cámara o tras los micrófonos cuando deben expresar una opinión, o durante coberturas especiales. Mientras, constituye una preocupación cada vez más creciente que nuestros locutores apenas conocen cómo leer un trabajo de género: una crónica o un comentario, porque los periodistas prefieren no entregárselos.

No creo que debamos incentivar posiciones extremos. A veces las mejores voces no siempre la tienen los mejores comunicadores. No me molesta, en absoluto, escuchar el “Relato interesante”, de Osvaldo Rojas Garay cada mediodía por la CMHW en el programa “La explosión de las doce”. El conocido periodista no tiene buena voz, pero suele dar a conocer cosas tan valiosas –fruto de su propia labor investigativa- que lo acepto agradecido.

Debemos hallar un punto medio. No está mal que ganemos especialistas que, a partir de su buena preparación en un aspecto determinado, puedan insertarse en los medios. Mientras, debemos incentivar en los locutores el interés por superarse, para que funjan como conductores-moderadores de cualquier tipo de espacio.

Trátese de locutores, o de “hablantes”, serán puente eficaz ante oyentes o televidentes los que consigan mostrarse con mayor empatía, inteligencia y buen decir. 

lunes, 14 de mayo de 2012

PUEBLOS DE ESCENOGRAFÍA

¡Ay, Caibarién, pueblo de mar,
en tu playa mi niñez he de enterrar,
los lamentos de mi pena
van perdiéndose en tu arena,
no me queda otro consuelo que llorar.
¡Ay, Caibarién!, sueño del mar. 
Eduardo Quincoso

 La primera vez que oí hablar de la construcción de “pueblos” en la cayería de Caibarién –despistado como siempre- supuse que se trataba de comunidades para alojar al cada vez más creciente personal que trabaja en el polo turístico villaclareño.

No, no se trataba de eso. Los “pueblos” son reproducciones de las plazas principales de algunas localidades. Una foto difundida por la prensa nacional a raíz de la celebración en Cayo Santa María de la Feria Internacional del Turismo, muestra a uno de ellos, con la copia al papel carbón de la Iglesia Parroquial de Remedios.

Es absurdo que los proyectistas del Turismo se afanen por lograr tales réplicas, si tienen al Remedios verdadero, cincuenta kilómetros al suroeste. Es una paradoja que los medios aludan al crecimiento de las visitas a las ciudades, cuando los cayos de Villa Clara son cubiertos por estos pueblos sin alma. Porque si algo han de echar de menos los forasteros es justamente lo que se considera atractivo esencial de la industria turística cubana: la gente; el pueblo, con su cultura, sus modales, sus tradiciones, su humor…

No propongo que las fuerzas de la industria sin humo vivan en los cayos. Supongo que, por muchas razones, ello no sea una buena idea; aunque sí sueño con que Caibarién –pueblo de verdad, con rico acervo cultural- que acoge a la mayor parte de los trabajadores del Turismo, gane una mejor imagen.

Pese a algunos intentos, no acaban de ser borrados los signos ruinosos de su centro histórico. Prácticamente manzanas enteras parecen arrasadas, mientras muchos metros cuadrados de almacenes languidecen cerca de lo que un día fueron prósperos muelles azucareros.

No se puede vivir de recuerdos. No aprecio solo las manchas. Sé que la Villa Blanca ganó más luz con su Ciudad Pesquera, sus policlínicos y su malecón. Pero también necesitará manos que la alcen del estanco, que truequen el destino de pueblo-dormitorio al que se exponen las localidades próximas a los polos turísticos. No me gustaría que su parque, su iglesia y su glorieta constituyeran un “pueblo” más, anclado en las dunas de las cayería.