domingo, 8 de marzo de 2009

NOSOTROS PERDIMOS. Fabio Bosch evoca a Luís Agesta

Rápidamente en la tarde de este domingo elmaestro Fabio Bosch, desde Cienfuegos, contestó a un mensaje mío evocando a nuestro querido Agesta.


De repente, así como aparecía por un pasillo de la W o de la UNEAC con una ejecutoria impecable, o en un evento con una borrachera contagiosa y alegre, tras una noche sin dejar dormir a todo el que estuviera por sus alrededores debido a sus ronquidos (¿rugidos?), cayó enfermo hace solo unas semanas LUIS AGESTA HERNÁNDEZ, uno de los más grandes radialistas de Cuba. Todo ha sido tan rápido, que apenas cuando mi hermana Nélida Irene me llamó de Sta. Clara y me dio la noticia de su muerte, me he quedado casi sin aliento. Llamé a algunos amigos… unos lo sabían ya, otros no. Con casi ninguno pude dialogar; un nudo en la garganta me lo impedía.
Y es que se nos ha ido alguien con tantas ganas de vivir, pero además con tanta autoridad en su verbo y en su ejecutoria, que varias generaciones de radialistas tendrán que recurrir a él como una referencia. Musicalizador fino, Director de Programas certero, Escritor seguro y diáfano… no hubo evento donde su exposición no fuera precisa y esclarecedora.
A mí, en lo personal, me duele pensar que nunca más llegaré a un Jurado, Reunión, Cónclave o lo que sea, donde los organizadores no encuentren dónde ubicar a AGESTA para que duerma y sentir su voz de trueno decir: “Ahí está Fabito, a él lo pueden poner en mi misma habitación… él está de acuerdo”. Y no le faltaba razón, yo siempre acepté esa difícil misión que puso a llorar a Rafael Martínez Martínez una noche en el Hotel Inglaterra, o desquició a un oficial que lo extraditó de una unidad militar, pues ya había ganado el sobrenombre allí de “El León de Lagunillas”. Y es que no solo era yo quien soportaba sus descomunales ronquidos, sino que además, era su preferido para hacer las diversas anécdotas de sus peripecias en ese campo. Mientras yo hablaba él me miraba como si fuera un niño travieso y se reía encogiendo los hombros, en un gesto peculiar. Pero su favorita era la del día que Frenes, él y yo llegamos a un albergue en la Habana, y Chaflán nos alertó de un holguinero que roncaba de manera insoportable, y entonces yo relataba cómo él lo había derrotado de manera espectacular.
Su risa contagiosa, sus ronquidos estrepitosos, sus apreciaciones incomparables se fueron apagando y un amigo común llegó a su lecho de enfermo; él abrió los ojos y le dijo: “Me tocó perder”.
A pocos minutos de morir, cuando llamé a Juan Carlos Castellón a Sancti Spíritus, me habló de la enorme pérdida a la que estaba asistiendo la radio cubana. Entonces, comprendí que esta vez puedo contradecir a mi buen amigo LUIS AGESTA, porque no fue él quien perdió… fuimos nosotros. Lo hemos perdido a él y esa pérdida nos dolerá por el resto de nuestras vidas profesionales y personales.

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