sábado, 5 de enero de 2008

SAGUA LA GRANDE: CIUDAD DE OJOS RASGADOS




(Dirigir comentarios al autor en convozpropia@rsagua.icrt.cu)

Un breve recorrido por las calles de la ciudad asentada desde dos siglos junto al río Undoso permite distinguir la huella de inmigrantes asiáticos. En la calle Céspedes -antes Tacón- sobrevive el casino Chung Wah, una de las sociedades chinas más antiguas de Cuba. Persisten en mi memoria los encargos de chiviricos realizados a los dos últimos chinos de China que habitaron la casona. Aún en los años ochenta se organizaban allí fiestas de quince: valses para adolescentes animados por asiáticos. Quizá sólo en Sagua pueda hablarse de un caso de transculturación tan curioso.

Pero nadie ofrece una mejor descripción de los chinos de Sagua que Esteban Montejo. El personaje inmortalizado por Miguel Barnet en “Biografía de un cimarrón”, sagüero de nacimiento, recuerda el aroma de los perfumes comercializados por los inmigrantes. Le parecía que Sagua era la mata de los chinos. Fumaban opio en largas pipas de madera, escondidos en sus establecimientos para que los blancos y los negros no los vieran. Montejo evoca las fiestas que se celebraban en las diversas sociedades establecidas cerca del barrio de Cocosolo, donde hacían todo tipo de murumacas y figuraciones.

También Wifredo Lam, hijo de una mulata cubana y de un comerciante asiático, solía hablar del barrio chino de Sagua. Frecuentemente el padre lo llevaba a comer lo que consideraba “las delicias de su tierra”. Con memoria fotográfica, el pintor era capaz de ofrecer una descripción de las fondas de chinos: A la entrada había una especie de barril de madera, cubierto con un paño rojo. Los comensales cogían de allí una taza y la llenaban de arroz para acompañar un menú muy variado. Aún siendo mayor, Lam recordaba la diversidad de colores: verduras, pescados, carne en una salsa oscura…Variedad que justificaba aquel misterioso nombre común de todos los platos: “delicias”.

El autor no consultó ninguna investigación cuantitativa (nunca la encontró), pero se atrevería a asegurar que la marca de China está vigente en la culinaria sagüera, aunque hoy sólo se reitere en nuestras mesas la presencia del “arroz salteado”, con los frijolitos y la salsa de soya que aquí, sencillamente, es salsa china.

No es fácil precisar en qué fecha exacta llegaron los primeros asiáticos a la Villa del Undoso. Debieron hacerlo por el puerto de Isabela contratados para la construcción de las primeras vías férreas de la región en 1856. La Iglesia Parroquial conserva las actas de defunción de aquellos que no resistieron el calor del Trópico durante las duras faenas de construcción de la línea en “Las Playuelas”, terreno pantanoso próximo a Isabela. Antonio Miguel Alcover, en su valiosa “Historia de Sagua la Grande”, ofrece múltiples evidencias de la presencia china en la ciudad desde la segunda mitad del siglo XIX. Se refiere a asiáticos aguadores en tiempos que el pueblo no tenía acueducto y hasta a un coliseo chino destruido por el fuego. Fue uno de los pocos de Cuba donde se llevaron a cabo representaciones del teatro típico chino.

En el año 1862, la jurisdicción de Sagua la Grande, que ocupó buena parte de los actuales municipios de Corralillo, Quemado de Güines, Encrucijada, Cifuentes y Santo Domingo, contaba con 51 mil 986 habitantes, de los cuales 3 mil 113 eran colonos asiáticos.

La denominada colonia china de Sagua se ocupó no sólo de la venta ambulante. Con el tiempo los inmigrantes lograron fundar establecimientos comerciales, lavanderías, sastrerías, dulcerías, fondas y pequeños hoteles. Una de las tiendas más visitadas de la ciudad: “La habanera”, era atendida casi completamente por inmigrantes asiáticos y sus descendientes. Como ocurrió en otros lugares de la Isla, también los chinos de Sagua colaboraron con la lucha independentista y es notorio que tuvieron una viva representación en la brigada dirigida por el general José Luis Robau.

El edificio ecléctico del casino Chung Wah fue inaugurado día 24 de febrero de 1925 con una gran fiesta. El llamado “Casino de los chinos” en varias ocasiones llegó a acoger a delegaciones del país asiático que visitaron a Cuba, así como al personal diplomático.

Hoy es imposible hablar de un barrio chino en Sagua. A duras penas pueden descubrirse los caracteres asiáticos en varios edificios próximos a Cocosolo. El casino Chung Wah se resiente por el paso del tiempo. Nadie espera los encargos de chiviricos. Las fiestas de quince se trasladaron a otros sitios. Mas, la huella oriental sobrevive incluso fuera de los cuadros concebidos por Lam. Apellidos como Chan, Wong y Ling Long subsisten en las inscripciones de nacimiento, mientras ojos rasgados interrumpen nuestro andar por rectas y anchas calles. Sagua se enorgullece por haber sumado una buena dosis de sangre asiática a su ajiaco originario.




4 comentarios:

Maykel dijo...

Sagua vista por ti ha de ser, por supuesto, otra Sagua... Como existe una de Mañach, otra de Lam, y una Sagua personal de cada uno de los que hemos transitado (y habitado) su misterio. Me encanta que haya múltiples visiones de la ciudad. Genial que no escatimes el parapeto donde te sitúas para ver...

Animal de Fondo dijo...

Adrián, no he comprendido bien lo de los encargos de chiviricos. ¿Serías tan amable de extenderte un poco más?
La entrada está estupenda.

Maykel dijo...
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Adrián Quintero Marrero dijo...

Debía andar con el Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, de Esteban Pichardo, para abundar en el origen de este término. Debe ser un cubanismo. Por otro lado, mis conocimientos del arte culinario son escasos. Pero mi memoria me permite volver a los años de la infancia, para recordar esa variedad de la empanada: el chivirico. También suelen demoninarse lacitos, por la forma que se les da. Los recuerdo crugientes y con un color ligeramente cobrizo, al parecer dado por el almibar con que se les elabora. Todo un derroche de dulzura y azúcar, algo común en este país donde la cantidad de sal y de azúcar empleados para elaborar los platos nunca nos parecen suficientes. Realmente los chivirocs no deben ser chinos, ni mucho menos, sino una creación de esos inmigrantes para extasiar el paladar de los cubanos, tan adictos a los dulces.