miércoles, 17 de septiembre de 2008

Gibara llora una vez más


Sin recuperarse aún de las heridas causadas por el huracán Ike, Gibara tiene otro motivo para llorar: el fallecimiento de Humberto Solás.

La noticia me asaltó tan pronto abrí la página de la agencia noticiosa Prensa Latina. Humberto se ha ido cuando estaba en plena efervescencia creativa. No se precisaron las causas de su muerte. Descarto que haya sido el tedio. Lo imagino lleno de entusiasmo con el rodaje de la que iba a ser su nueva película, "Guanajay".

A Humberto lo conocí en Gibara, hace solo unos meses. Lo miraba con respeto mientras se confundía con la muchedumbre que lo aplaudía. Los gibareños estaban consientes de que le debían la resurrección de su pueblo al autor de "Lucía". Es que la obra maestra de Humberto es el Festival de Cine Pobre, el más popular evento de su clase en el mundo.


Mi timidez me hubiera impedido dirigirle la palabra, atareado como andaba conversando con los numerosos invitados, o sencillamente con el propio pueblo. Pero el azar, o la suerte, quizo que en una de las sesiones teóricas del Festival me invitara a sentarme ante el público para hablar de la obra que presenté en la muestra paralela. Y cuando mencioné, en voz baja, a Sagua la Grande, noté cierto brillo en los ojos del cineasta. Ese día creció aún más mi orgullo de sagüero. No hizo falta decir que soy de la provincia de Villa Clara, no hizo falta una precisión geográfica. Sagua la Grande y ya.

"Cuéntanos de tu ciudad", me pidió. Él apenas había estado unos días en Sagua, durante el rodaje de su documental sobre Wifredo Lam, pero recordaba bien varios rincones de la ciudad. "Tal vez pueda volver a rodar en Sagua", le dije en una conversación posterior. "No sé si tenga tiempo", contestó. Me pregunto si tal respuesta obedecería al cansancio o al hecho de que Humberto presentía cercana la partida. Creo, en definitiva, que más bien era una rasgo de humildad. No le gustara hablar de mucho de sí y de sus planes.

El encuentro fue casual. Nunca rebasé el temor de abordarlo. Me sucede con las personalidades. Creo que los importuno; aunque casi siempre, cuando logro estar cerca, compruebo que los verdaderos artistas son personas sencillas. Así era Humberto. Quizá por eso Gibara lo reverenciaba tanto, porque sus moradores sabían aquilatar la bondad de su corazón. Y entonces, como lo hicieron ellos durante el pasado abril, yo ahora me sumo al coro: ¡Viva Humberto!

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