Nunca he estado en El Cobre un 8 de septiembre. Imagino que será muy difícil conseguir una reservación en el hostal próximo al santuario e, incluso, para casas de alquiler. Pero sí tuve la oportunidad de asistir una vez a las celebraciones que, como tributo a la llamada patrona de Cuba, animan los camagüeyanos en la Iglesia de la Caridad; una muestra de la tradición religiosa que perdura en la legendaria ciudad. Cientos de personas, quizás miles, se agolpan cada año en la Avenida de la Libertad como muestra de respeto a la virgen cubana. Probablemente en ningún sitio de la Isla, excepto en El Cobre, se reúna tanta gente el 8 de septiembre. Pero en 2008 las cosas fueron distintas.
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Durante la madrugada del lunes arreciaban fuertes ráfagas en la Bahía de Nipe; el lugar donde se asegura apareció la virgen para salvar a tres marinos acorralados por una tempestad : Juan Indio, Juan Criollo y Juan Esclavo.
Cabo de Lucrecia, a pocos kilómetros de Banes, fue el punto escogido por el huracán más terrible de que pueda dar cuenta la actual generación en el Oriente de Cuba para su entrada al territorio nacional. Ni siquiera el malecón de Gibara que, meses atrás, me pareció una barrera infranqueable, logró resistir la fuerza de las aguas marinas. Imagino cuán desolado habrá quedado el hospital de ese enclave costero, situado a escasos metros del muro.
Mientras Camagüey, tal vez por primera vez en la historia, se veía imposibilitado de celebrar Misa en la Caridad. Saben muy poco de huracanes en Puerto Príncipe. La naturaleza les concedió la suerte de dejar crecer cientos de árboles para embellecer el Casino Campestre. Ahora lamento que, ni siquiera las centenarias plantas, pudieran mantenerse firmes ante el azote de Ike, el visitante indeseable que agitó a la tierra de Guillén con vientos superiores a los doscientos kilómetros.
Prefiero decir que gracias a la suerte, más que a las condiciones meteorológicas; en las comarcas camagüeyanas Ike quizó hacer una inflexión y darse un chapuzón en el Caribe para salvar de la hipertensión a buen número de habitantes de Sagua la Grande; ciudad no tan antigua, pero sí con buen número de edificaciones frágiles. El mar esta vez no se ensañó con Isabela y apenas unos cuantos techos cedieron ante la fuerza de Ike.
Por supuesto, ni siquiera el desvío del huracán hacia el sur nos hizo bajar la guardia. Si durante de 1888, una familia de Isabela pereció ahogada y sólo sobrevivió el pequeño Juan Acosta aparentemente salvado por la Virgen, hoy sólo suscitan leyenda los esfuerzos del Estado por poner a salvo la vida de los residentes en la llamada llave marítima de Sagua la Grande.
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Durante la madrugada del lunes arreciaban fuertes ráfagas en la Bahía de Nipe; el lugar donde se asegura apareció la virgen para salvar a tres marinos acorralados por una tempestad : Juan Indio, Juan Criollo y Juan Esclavo.
Cabo de Lucrecia, a pocos kilómetros de Banes, fue el punto escogido por el huracán más terrible de que pueda dar cuenta la actual generación en el Oriente de Cuba para su entrada al territorio nacional. Ni siquiera el malecón de Gibara que, meses atrás, me pareció una barrera infranqueable, logró resistir la fuerza de las aguas marinas. Imagino cuán desolado habrá quedado el hospital de ese enclave costero, situado a escasos metros del muro.
Mientras Camagüey, tal vez por primera vez en la historia, se veía imposibilitado de celebrar Misa en la Caridad. Saben muy poco de huracanes en Puerto Príncipe. La naturaleza les concedió la suerte de dejar crecer cientos de árboles para embellecer el Casino Campestre. Ahora lamento que, ni siquiera las centenarias plantas, pudieran mantenerse firmes ante el azote de Ike, el visitante indeseable que agitó a la tierra de Guillén con vientos superiores a los doscientos kilómetros.
Prefiero decir que gracias a la suerte, más que a las condiciones meteorológicas; en las comarcas camagüeyanas Ike quizó hacer una inflexión y darse un chapuzón en el Caribe para salvar de la hipertensión a buen número de habitantes de Sagua la Grande; ciudad no tan antigua, pero sí con buen número de edificaciones frágiles. El mar esta vez no se ensañó con Isabela y apenas unos cuantos techos cedieron ante la fuerza de Ike.
Por supuesto, ni siquiera el desvío del huracán hacia el sur nos hizo bajar la guardia. Si durante de 1888, una familia de Isabela pereció ahogada y sólo sobrevivió el pequeño Juan Acosta aparentemente salvado por la Virgen, hoy sólo suscitan leyenda los esfuerzos del Estado por poner a salvo la vida de los residentes en la llamada llave marítima de Sagua la Grande.
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Como si a Ike no le hubiera bastado con la repulsa de nuestros compatriotas en el Oriente, decidió volver a darse un “paseíto” por tierra firme y, carente de originalidad, siguió las huellas frescas dejadas por un pariente en Pinar del Río. Su definitivo adiós de Cuba se produjo por la misma región por donde lo hizo días antes el aún más temible Gustav.
Ante tanto destrozo en el oriente, el centro y el occidente, no dejo de preguntarme que estaría haciendo la Virgen el 8 de septiembre. ¿Cómo es posible que su divina fuerza no nos haya librado de tanto mal? ¿Estaría enfurecida con nosotros? En todo caso, poco tenemos que ver sus hijos con el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono y otros fenómenos causantes de que la naturaleza se vuelva cada vez más contra los hombres.
Afortunadamente contamos con la Defensa Civil para emitir el consejo oportuno en medio de la tormenta e, incluso, mucho antes. Me ha parecido a veces exagerada la previsión, pero a la larga comprendo que, tratándose de vidas humanas, las precauciones nunca están de más. Aquí mismo, en Sagua la Grande, el río parece volver a su nivel habitual, pero con tantas historias de inundaciones que carga la ciudad en sus espaldas, resulta conveniente cuidarse.
Pues sí, tuvimos a la Defensa Civil y hasta a miles de voluntarios que, sin pertencer a esa fuerza, ayudaron lo mismo ofreciendo alimento y cobija al vecino; que ofreciendo información en la radio o la televisión. Los Juanes de Sagua la Grande estuvimos seguros; aunque a Cachita, al menos yo, no la vi.
Ante tanto destrozo en el oriente, el centro y el occidente, no dejo de preguntarme que estaría haciendo la Virgen el 8 de septiembre. ¿Cómo es posible que su divina fuerza no nos haya librado de tanto mal? ¿Estaría enfurecida con nosotros? En todo caso, poco tenemos que ver sus hijos con el calentamiento global, la destrucción de la capa de ozono y otros fenómenos causantes de que la naturaleza se vuelva cada vez más contra los hombres.
Afortunadamente contamos con la Defensa Civil para emitir el consejo oportuno en medio de la tormenta e, incluso, mucho antes. Me ha parecido a veces exagerada la previsión, pero a la larga comprendo que, tratándose de vidas humanas, las precauciones nunca están de más. Aquí mismo, en Sagua la Grande, el río parece volver a su nivel habitual, pero con tantas historias de inundaciones que carga la ciudad en sus espaldas, resulta conveniente cuidarse.
Pues sí, tuvimos a la Defensa Civil y hasta a miles de voluntarios que, sin pertencer a esa fuerza, ayudaron lo mismo ofreciendo alimento y cobija al vecino; que ofreciendo información en la radio o la televisión. Los Juanes de Sagua la Grande estuvimos seguros; aunque a Cachita, al menos yo, no la vi.
1 comentario:
felicidades por tan buen escrito, aunque difiero un poco contigo pero en general es muy bueno, me gustaria leer mas....mis respetos y mas cordiales saludo...
Jorgito Ferrer
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