domingo, 31 de agosto de 2008

La huella de los ciclones en Sagua la Grande

Inundación provocada por la crecida del río en 1906. En la foto puede observarse el edificio que aún existe cerca de la intersección de las calles Solís y Clara Barton, distante a casi 500 metros del río.


Entre las más antiguos sucesos reseñados por Antonio Miguel Alcover en su “Historia de Sagua la Grande”, se halla el azote de los huracanes y las lluvias que, como consecuencia de estos, transformaban al Undoso en un río revuelto y temible. Se sabe de grandes crecidas que ocurrieron en 1894 y en 1906, probablemente las mayores de los últimos siglos. En ambos casos el nivel de las aguas superó un metro en las cercanías de la Iglesia Parroquial; pero ningún territorio de Sagua la Grande ha sido más castigado por la fuerza de la naturaleza que Isabela.

El 27 de agosto de 1855, pocos años después de fundarse el pueblo, cuando ya existían algunos almacenes, un ciclón provocó la desaparición de 26 embarcaciones; entre goletas, lanchas y viveros. Pero fueron más terribles aún los huracanes de 1886 y 1888. Este último suscitó la famosa Leyenda de Juan El Muerto, que tiene como protagonista a un niño supuestamente salvado de las aguas por la Virgen del Carmen, Patrona de Isabela. Lo cierto es que Juan Acosta, como se llamaba realmente, resultó el único sobreviviente de toda su familia. Residían en Casa Blanca, una especie de península al otro lado de la desembocadura del río que hoy prácticamente no se distingue porque ha sido tragada por el mar.

Todavía en Isabela y en Sagua viven sobrevivientes del más devastador huracán que recuerdan ambas localidades el llamado “Ciclón del 33”. Recuerdo el testimonio de mi abuela, campesina entonces residente en las lomas de la Jagüita que, luego del paso del meteoro, podía observar desde allá con absoluta nitidez la línea la costa, pues los campos habían sido literalmente barridos por la fuerza de los vientos. Precisamente este lunes primero de septiembre se cumplen 75 años del azote del Huracán del 33.


El ciclón del 33, el más devastador

Juan Antonio Morejón, autor del folleto “Apuntes Históricos de Isabela de Sagua”, narra con nitidez los sucesos del “Ciclón del 33”, que puso fin al esplendor vivido por nuestro puerto durante el primer cuarto del siglo veinte. Desde el final de la tarde del 31 de agosto se apreciaban negros nubarrones y lloviznas intermitentes. A las nueve de la noche el viento del noreste soplaba a más de 140 kilómetros por hora. Las ráfagas amenazaban con derribarlo con todo.

La confirmación del azote de un meteoro llegó desde el vapor de bandera noruega “Thira”, que había atracado días antes en el muelle de García. El pueblo, atemorizado por la entonces reciente catástrofe de Santa Cruz del Sur, se agolpó en la estación ferroviaria. En la Cuba de entonces sólo se llevaba a cabo la evacuación cuando el peligro era inminente. A tal punto que los viajes hasta Sagua la Grande fueron peligrosos. A la 1 y 30 de la madrugada, ya con vientos superiores a los 200 kilómetros, regresó el tren a Isabela para recorrer a gran número de familias que permanecían allí. La historia recuerda el nombre del valiente maquinista, que debió sortear no pocos obstáculos para regresar a la Villa del Undoso: Antonio Felipe. Los últimos evacuados llegaron a Sagua pasadas las tres de la madrugada. Algunos sólo tuvieron la oportunidad de encontrar refugio bajo los portales.

Pero mucho más dramático fue su retorno a la costa al mediodía del primero de septiembre. Tuvieron que descender del tren un kilómetro antes de llegar a la estación, pues la vía se encontraba severamente dañada en la zona de las Playuelas. Cuando llegaron al pueblo tenían ante sí, en vez de casas, calles llenas de madera, tejas, árboles arrancados de raíz y embarcaciones. Pero el más triste saldo que dejó el huracán fue la pérdida de vidas humanas, entre ellos ancianos que no pudieron huir. Y en Cayo Cristo perecieron 33 personas. Parecía tener un carácter simbólico el número, que coincidía precisamente con el año de aquel terrible fenómeno natural, el más devastador de cuantos ha vivido Sagua la Grande en los últimos dos siglos. Una sencilla cruz de piedra fue erigida en Cayo Cristo para recordar a las víctimas.

El apelativo de “Aldea maldita” para calificar a Isabela de Sagua se hizo común por varias décadas. Isabela nunca más fue la misma desde el 33. Los ciclones prácticamente se han integrado a la cotidianidad de esta localidad de gente noble y hospitalaria. Pero afortunadamente ninguno en las últimas décadas ha cobrado víctimas fatales. Hoy es posible prever la amenaza de los huracanes con tiempo suficiente para llevar a cabo acciones de evacuación con total seguridad. Reconstruir parece ser palabra de orden para los isabelinos que, negados a vivir lejos del mar, han decidido aceptar el duro reto que la naturaleza les impone: hacer frente a los huracanes.

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