Nada será más edificante que hablar de árboles. Ningún sueño será más reconfortante que ese donde la ciudad se me presenta poblada de verde. Que la tumultosa vegetación de las riberas, como diría Mañach, fructifique más allá del Río.
A veces, los árboles ahogados por la “civilización” parecen quedarse sin espacio. Ya podrá el lector apreciar esa ceiba más antigua aún que el barrio periférico de Yaguajay donde creció. Fiel a su condición portadora de los espíritus ancestrales, permanece ahí firme, en medio del camino. Y en Matanzas me encontré ese otro arbolillo, enhiesto también, pero sobre una fachada.
Sagua la Grande es lugar de aguas y al menos FUE también lugar de árboles. Por ahí están las referencias al bastante probable empleo de maderas preciosas de esta región en el monasterio de El Escorial (Ver Antonio Miguel Alcover: Historia de Sagua la Grande y su Jurisdicción, Imprentas Unidas La Historia y el Correo Español, 1905).
Sagua la Grande es lugar de aguas y al menos FUE también lugar de árboles. Por ahí están las referencias al bastante probable empleo de maderas preciosas de esta región en el monasterio de El Escorial (Ver Antonio Miguel Alcover: Historia de Sagua la Grande y su Jurisdicción, Imprentas Unidas La Historia y el Correo Español, 1905).
Pero hoy Sagua es más sabana que bosque. De modo que la pérdida de un árbol estremece y emociona, como lo muestra Maikel González en el blog El Nictálope (Un árbol ha muerto)
Sueño con ver a Sagua teñida por el verde. Y elogio la iniciativa gubernamental de colocar macetas en las principales aceras. Aunque creo que su ubicación en áreas puntuales del centro histórico, como la calle Martí, desentona un poco. Me parecen más apropiadas para las avenidas, la entrada y la salida de la ciudad. No obstante, se sorprenderá el lector al saber que la calle Martí, cuando fue Gloria, estaba cubierta de árboles, como todavía puede apreciarse en una parte de Brito. Eran frondosos laureles de la India plantados por iniciativa del teniente-gobernador Agustín Jiménez Bueno. Pero los sagüeros terminaron considerándolos un obstáculo para el progreso. También con árboles teníamos la Alameda de Cocosolo, más allá del Puente de la Concordia, y hasta hace no muchas décadas la carretera de Resulta.
Sueño con ver a Sagua teñida por el verde. Y elogio la iniciativa gubernamental de colocar macetas en las principales aceras. Aunque creo que su ubicación en áreas puntuales del centro histórico, como la calle Martí, desentona un poco. Me parecen más apropiadas para las avenidas, la entrada y la salida de la ciudad. No obstante, se sorprenderá el lector al saber que la calle Martí, cuando fue Gloria, estaba cubierta de árboles, como todavía puede apreciarse en una parte de Brito. Eran frondosos laureles de la India plantados por iniciativa del teniente-gobernador Agustín Jiménez Bueno. Pero los sagüeros terminaron considerándolos un obstáculo para el progreso. También con árboles teníamos la Alameda de Cocosolo, más allá del Puente de la Concordia, y hasta hace no muchas décadas la carretera de Resulta.
En determinadas puntos de la ciudad los árboles tienen carácter simbólico. En el parque El Pelón, cerca del puente El Triunfo, al alcalde Manuel Alverdi plantó el llamado “Árbol de la Libertad”, una ceiba ya centenaria, que recuerda la llegada de las huestes mambisas lideradas por José Luis Robau el primero de enero de 1899. Cuando los veteranos de a Guerra de Independencia idearon la construcción del Mausoleo en la Plaza de la Cárcel, consideraron que allí debían plantarse sólo especies propias de la manigua cubana. No siempre se ha respetado tal idea.
La sociedad de hoy está mejor preparada para justipreciar al árbol. Existen leyes y disposiciones para garantizar su protección, pero aún así cada uno de nosotros puede y debe hacer algo para favorecer su desarrollo y no la destrucción. Que no suceda como en Santiago de Cuba, donde conductas irresponsables acabaron con la vida de algunos de ellos (Reynaldo Cedeño Pineda: Diálogos del infierno)
La sociedad de hoy está mejor preparada para justipreciar al árbol. Existen leyes y disposiciones para garantizar su protección, pero aún así cada uno de nosotros puede y debe hacer algo para favorecer su desarrollo y no la destrucción. Que no suceda como en Santiago de Cuba, donde conductas irresponsables acabaron con la vida de algunos de ellos (Reynaldo Cedeño Pineda: Diálogos del infierno)
Sé de buenos sagüeros que atienden con esmero las grandes macetas que les han colocado cerca de sus puertas, que no espera a que vaya Servicios Comunales a regarlas para saciar su sed. Pero también ofrezco testimonio del paso de los que odian y deshacen. Hagamos la guerra a esos indolentes. La maraña verde debe prolongarse más allá del río.
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