viernes, 7 de noviembre de 2008

ESTATUA DE JOAQUÍN DE ALBARRÁN EN SAGUA LA GRANDE

Recuerdo la escena de una película cubana donde uno de los protagonistas, con el orgullo demasiado subido a la cabeza, se imagina pétreo sobre un pedestal. Yo jamás soñaría con un reconocimiento tal…No me parece edificante estar a la intemperie tanto tiempo… Las grandes personalidades no tuvieron tiempo para referirse al asunto.

Curiosamente, Joaquín Albarrán conoció el monumento que el pueblo de Sagua la Grande develó para rendirle homenaje en el 1910. Por la cara frontal del pedestal puede leerse: “A Joaquín Albarrán, hijo predilecto de Sagua. Este monumento es un tributo pagado en vida al talento, a la virtud y al patriotismo”·

El urólogo no volvió a la ciudad natal, pero entregó a su colega Tomás Hernández una carta donde expresa: “Si el nivel de mi fama como clínico, ha alcanzado nombradía, muy lejos estaba de mí tal propósito. Solamente me guió el afán de ser útil a la humanidad para aliviar los males del riñón”. Al final de la misiva, reconoce llevar a Sagua prendida en su corazón y era cierto: Poco antes de morir víctima de la tuberculosis en Arcachón, Francia; dispuso que todos sus trofeos y distinciones, fueran enviados al ayuntamiento de esta Sagua. Hoy forman parte de los fondos del Museo Municipal José Luís Robau.

Tuve que esperar unos cuantos años para conocer quién era el hombre de piedra con el que me topaba cada domingo antes de despedir a mi hermana en su viaje a la beca. ¿Estará generalizada la indeferencia entre los habitantes de mi pueblo? Las estatuas casi nunca se salvan de ser observadas con frialdad. Emplazadas en lo alto, nos observan; pero a ratos parecen más bien indiferentes. Artistas de la modernidad, percatados de ello, han subvertido ciertos colocando estatuas de tamaño natural en las calles y los parques.

Sin embargo, no puedo dejar de sentir orgullo por esta imagen de Albarrán que señala a la multitud, no sé para advertirnos de algo o sencillamente para bendecir a los coterráneos que decidieron homenajearlo.

El escultor Vilalta de Saavedra no dejó ninguna otra obra fuera de La Habana. Ceñido a los cánones del neoclasicismo, ideó para el centro histórico capitalino las figuras de Francisco de Albear y José Martí. En tanto, en la tumba más visitada del cementerio de Colón: la de La Milagrosa, perdura la huella de su cincel. La estatua de Albarrán en Sagua la Grande, esculpida en límpido mármol de Carrara, fue idea de intelectuales locales, entre los que sobresalió Antonio Miguel Alcover.

Joaquín Albarrán y Domínguez, nacido hace 148 años en la casa marcada con el número 241, en la Calle Real de Colón, fue considerado el urólogo más importante del siglo XIX. En tiempos en que afecciones como insuficiencia renal eran prácticamente irreversibles, sus geniales descubrimientos, sus acertadas innovaciones y sus lúcidos conceptos, orientaron a la urología por modernos derroteros.

Acerca de sus sentimientos patrióticos no existen dudas. Colaboró con la lucha independentista y envió donaciones de dinero a Sagua, cuando las crecidas del río azolaron la ciudad. En el año 1889, por razones estrictamente profesionales, el Sabio se vio forzado a adoptar la ciudadanía francesa. Entonces estampó en el periódico habanero “El Fígaro” las palabras que luego también figurarían en el monumento de Vilalta de Saavedra:

“Si los azares de la vida me han hecho adoptar por patria a la grande nación francesa, nunca olvido que soy cubano y que siempre tenderán mis esfuerzos a hacerme digno de la patria en que nací”.

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