sábado, 13 de diciembre de 2008

HUÉRFANOS DE DRAMATIZADOS EN LA TELEVISIÓN CUBANA

Hilda Saavedra en "Sol de batey", telenovela de Roberto Garriga que marcó un punto de giro para el género en 1986.
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En mi mente no está del todo clara la anécdota, pero alcanzo a recordar algo que una vez me contaron: Stalin, interesado por apoyar la creación cinematográfica, preguntó cuántas de las veinte o treinta películas que se hacían al año en su país eran buenas. “Diez”, le contestaron. ¿Y si hacemos cincuenta?, repostó el polémico líder. “Pudieran buenas diez, camarada”, volvieron a contestarle.

La historia, falsa o no, resulta ilustrativa de algo que los cubanos acostumbramos a resumir con pocas palabras: “Calidad y cantidad no van de la mano”. Esencialmente, estoy de acuerdo. Pero, al menos en el audiovisual, el entrenamiento será válido para alcanzar la perfección. Si la producción es exigua, existen pocas posibilidades de elegir, de aquilatar lo bueno y lo malo. Es como cuando usted acude al mercado. No podrá escoger las mejores verduras, sencillamente porque un solo vendedor le ofrece lo que buscaba.

La producción de dramatizados en la televisión cubana atraviesa la peor crisis de toda su historia. Ni siquiera fue posible tener listo el paquete de teleplays que tradicionalmente se han programado en el verano. Es por estos días que se están exhibiendo algunos en el espacio asignado a la telenovela los miércoles. (Se ha dicho que “Las huérfanas de la obra pía” han cedido su espacio; más bien se busca la manera de alargar el tiempo en el aire de la susodicha propuesta, porque no hay nada que poner después).

Un amigo, bastante radical en sus convicciones, me ha dicho que la televisión no debía gastar un centavo más en telenovelas, que sería mejor adquirirlas en el exterior. A fin de cuentas, casi nunca se hace una que valga la pena.

No creo que los directivos del ICRT piensen lo mismo, pero las telenovelas se están extinguiendo de la pequeña pantalla. Es evidente que escasea el financiamiento para hacerlas. Pero resulta más grave aún que las condiciones técnicas para producirlas son paupérrimas. Jamás he entrado a los estudios del Focsa, los más grandes de la televisión cubana. Pero me ha llamado la atención, al transitar cerca del célebre edificio capitalino, cómo uno o dos carros despliegan claves hasta el interior del recinto. Ello se debe sencillamente a que los estudios no poseen condiciones para la grabación y transmisión en sus cabinas de control, y los equipos de remoto deben suplir las funciones de estas.

No soy productor, ni economista como para emitir criterios precisos sobre ello. Pero creo que me asiste algún sentido común al considerar un desatino haber dedicado recursos a sufragar la puesta en funcionamiento de nuevos estudios y canales de televisión, sin haber fanatizado antes mejores condiciones para espacios emblemáticos de la producción audiovisual como los del Focsa. Es como mantener en cueros a un santo para vestir otro.

Mucho más crítica que la producción de telenovelas es la de aventuras. Con cuánta nostalgia las generaciones que superan las tres décadas recordamos el espacio que dio cabida a tantos clásicos de la literatura universal y a obras originales. Nunca sobró el dinero, como para usar costosas escenografías o exóticas locaciones. Pero el talento de técnicos, actores y escritores conquistó la preferencia popular.

Semanas atrás, entre las misivas de lectores que publica el periódico Granma en su edición del viernes; casi siempre abordando temas sociales, de la economía y los servicios, se coló una cuyo remitente hablaba con pesar de la escasa presencia de aventuras cubanas en la pantalla doméstica. El hecho de que Granma se haya hecho eco del problema en voz de un lector, tiene para mí una marcada importancia.

Sin ser tremendista, diría que se trata de un asunto de la política, teniendo en cuenta que esta se ocupa de regir los asuntos relacionados con la buena salud del Estado, de la nacionalidad. Hace algún tiempo los directivos de la televisión solían afirmar con frecuencia que el setenta por ciento de las propuestas de nuestros canales nacionales era de producción nacional. La realidad hoy es muy distinta. Que conste que no pretendo satanizar las ofertas de una televisora como Multivisión. Apuesto por la diversidad, pero no me conformo con la deprimida oferta de dramatizados cubanos que nos asola hoy.

La propuesta de mi amigo me parece inaceptable, entre otras cosas, por un elemental sentido de patriotismo. Pero sé que él ama todo lo bueno que nuestra cultura ha legado a la humanidad. Y si esta tierra devino en pocas décadas epicentro del movimiento danzario de América Latina tras el surgimiento de la Escuela Cubana de Ballet; si nuestros creadores frecuentemente consultan altos lauros en certámenes internacionales; si resulta imposible contar la historia de la radio y la televisión del continente sin mencionar a compatriotas como Félix Benjamín Caignet; si la Mayor de las Antillas ha logrado que muchas miradas se vuelvan ante ella gracias al talento de sus artistas, por qué debemos renunciar a ganar un sitial por lo menos digno en la producción televisiva. A pesar de los apremios económicos que el mundo actual impone, algo debe y puede hacerse para que los televidentes cubanos no sigamos huérfanos de dramatizados.

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