sábado, 6 de diciembre de 2008

PRESENCIA ETERNA DE WIFREDO LAM EN SAGUA LA GARNDE

Templo del Sagrado Corazón, en Sagua la Grande, sitió donde Lam descubrió los primeros lienzos

Si los nativos de Sagua la Grande proclamamos que Wifredo Lam fue nuestro coterráneo, no nos vanagloriamos por un hecho que, de cierta forma, se debe al azar. Hubiera sido distinto el imaginario del artista de haber venido al mundo en otro sitio. Incluso, el destino determinó que el artista naciera un 8 de diciembre; el mismo día en que esta ciudad celebra su fundación al amparo de la Virgen María.

Lam se dejó cautivar por las imágenes en la Iglesia del Sagrado Corazón, al otro lado del puente El Triunfo. Y los primeros lienzos los halló en la bodega de Alonso, en Colón número 200. No eran más que enormes pliegos de papel.

En pocas localidades se cocieron mejor los ingredientes chinos y africanos que nutren el ajiaco nacional. La colonia china de la Villa del Undoso, con decenas de establecimientos diseminados por el barrio de Cocosolo, fue una de las más grandes y prósperas de la isla. En ese mismo sitio se establecieron numerosos ex esclavos que fundaron sociedades religiosas hasta ahora vigentes.

Al analizar símbolos recurrentes en la obra del chino mulato sagüero, nos topamos con los temas frondosos y esotéricos que nacieron, sin lugar en dudas, cerca del Undoso y al amparo de Antoñica Wilson.

Antoñica, grande, gorda, de imponente figura, quería concederle a Wilfredo (entonces todavía con ele) la protección de todos sus dioses y lo preparó para que su primer viaje a España, financiado por el ayuntamiento local, tuviera éxito. Le entregó una semilla grande, “algo así como la de un mamey pero aplastada”, que Lam conservó por mucho tiempo. Pero, a la postre, como diría Nancy Morejón, la mejor lección que le quedó de Antoñica a Lam, más que un posible apego a la religiosidad, fue el ojo pleno de sabiduría ancilar, capaz de ofrecernos un fresco de civilizaciones ejemplarmente ensambladas en una diáspora que gira por todo el planeta.

El audiovisual ha dejado constancia de la relación de Lam con su pueblo. Humberto Solás lo trajo aquí en 1979 para rodar varias escenas de un antológico documental. Bajó con él a la ribera del río por el puente de “Príncipe Alfonso”, donde –confesó el artífice de “La jungla”- jugó de niño. Jorge Aguirre, en la obra “Ya era otoño en París” emplea imágenes de la casa de la calle Carmen Ribalta y del río. En la secuencia final, antes poner en boca de Lam la frase que da título al documental, se escucha: “Había calor en La Habana, también en Sagua”. Reconoce la universalidad inherente al más grande los pintores cubanos. Pero no deja de mencionar a Sagua la Grande. ¿Por qué insistir tanto en eso si Lam se fue siendo casi un adolescente y prácticamente no volvió más?

Fernando Ortiz en 1950 ya podía entregarnos una respuesta: “En cuadros como ‘La Jungla’ no están presentes ni África ni China. No es la tupida vegetación virgen de algunos sitios de Cuba. Es, sencillamente tierra mulata, vegetación agraria y trabajada. Flora, fauna y humanidad de plantación, vega y sitierío”. Es, agrega el sabio, la cálida naturaleza de Sagua, donde Lam jugó de niño y amó de joven.

Fuentes: Wifredo Lam, Antonio Núñez Jiménez.
El centenario de un mito, publicado por Nancy Morejón en el periódico Granma el 20 de julio de 2002.

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