lunes, 29 de diciembre de 2008

Un fantasma en el mausoleo


Ocurrió en el año 1956. Se corrió la voz de que un fantasma solía pasearse por “El Mausoleo”. De tal forma los habitantes de Sagua la Grande denominan al parque José Luís Robau que, frente a la antigua Cárcel Pública, alberga el mausoleo de los mártires de la independencia. Se trata de un sitio único en Cuba: una cripta que, de día, acoge juegos infantiles y en las noches, sirve de refugio a requiebros amorosos.

Fue idea de un grupo de veteranos su construcción a principios del siglo XX. El pueblo ayudó a financiar el sueño de Emilio Chávez, Ramón Álvarez Valera, José Semidey y otros ex oficiales del Ejército Libertador. La primera piedra la colocó el alcalde Manuel Alverdi Golzarril. La otrora Plaza de la Cárcel fue cubierta por majaguas, ceibas y palmas. Se determinó que, desde entonces, allí sólo debían plantarse árboles propios del campo cubano.

Quizá la exuberante vegetación que llegó a tener el parque hacia la década del cincuenta y la escasa iluminación nocturna animó la historia del fantasma. Los vecinos de Salvador Herrera, Solís, Plácido y otras calles cercanas, no escondían su pavor. Algunos alegaban haber visto aquel cuerpo extraño moverse entre los árboles a altas horas de la noche.

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Hasta los corresponsales de periódicos capitalinos acreditados en la Villa del Undoso enviaron informes a sus respectivas redacciones: “Sale un fantasma en el Mausoleo de los Mártires de Sagua”. ¿Se preguntarían si no era el fantasma de algún patriota incómodo porque aquella república tan distinta a la que ellos intentaron alcanzar a fuerza de machete en el campo insurrecto?


Gregorio Cabrera, a la sazón capitán de la policía, decidió tomar cartas en el asunto. Designó un vigilante para que hiciera guarda en el parque. El pobre hombre, que al parecer sí creía que los muertos salen, no tuvo más remedio que aceptar la orden del superior y, con resignación, vio pasar las horas sin reportar ningún suceso anormal. Las nueve, las diez, las once….Pero a medianoche descubrió un cuerpo blanco bajo el follaje. Se movía intranquilo…¿Sería el fantasma? ¡Bum! Por si acaso, decidió realizar algunos disparos al aireque sacaron del lecho al vecindario. El misterio estaba a punto de develarse.

De la penumbra emergió un cuadrúpedo blanco. No había pertenecido a ninguno de los valerosos mambises de la Brigada de Sagua que reposan en la cripta. Era, simple y llanamente, el caballo de Hermenegildo Carratalá, un carretonero residente en las inmediaciones que acostumbraba a dejarlo pastar en el parque José Luís Robau.

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