domingo, 20 de julio de 2008

Yucayo (Fragmento)*


Por Jorge Mañach Robato


Las blancas calles, con las aceras tan altas que el arroyo lo es en realidad, y de hondo cauce; las casa utilitarias e intensamente verticales; las altas ventanas de reja, que descubren interiorares en penumbra. Por las noches, siempre hay una matrona fantasmagórica que se esboza, abanicándose, junto a ellas; y el comedor, al fondo, está siempre alumbrado, y hay en él una joven vestida de blanco que lee un gran tomo en octavo, acaso de Montepin.


Por algunos resquicios entre las casas y las lomas, se columbra el abra del Valle. Pero el Valle hay que verlo desde la Ermita, y según advierten, en las horas de luna mejor que en las horas de sol.
No sé qué decir a esto. Mi visión fue soleada visión, desde la ferretería insolente de un Ford, carretera arriba. Mas así debió contemplar Humboldt (salvo el Ford) el Valle inefable, y así creo que yo que es honrado elogiarlo. Mirar un paisaje o conversar con una mujer, a la luz de la luna, siempre predispone sentimentalmente y siempre es peligroso para el bien juicio. El elogio que así se haga del paisaje, merece tanta desconfianza como la declaración de amor que surja de aquel coloquio. A la luz del sol, racional y crítica, debe contemplarse el Valle; y ¿quién duda que ya así maravillan su infinita vastedad y su variedad y su multiplicidad? El Valle del Yumurí me parece “esencialmente” bello, porque su belleza persistiría aún si lo despojasen de sus palmas. Las palmas son otro peligro para el criterio, en lo que concierne al paisaje.
¡Y el Río! (Yo no he logrado el otro). ¡Y el mar tan verde, desde Versalles! ¡Y la sobria y ancha fachada de la Catedral! ¡Y la generosa franqueza de las gentes matanceras! ¡Y los espléndidos limpiabotas!...¡Salve Matanzas!


*Tomado del libro "Glosario", S. E. La Habana, 1925

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